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Regresamos al alojamiento, comimos y empleamos lo restante <strong>del</strong> día<br />
recibiendo visitas de ceremonia y curiosidad. Por fin el sol llegó a su ocaso y<br />
pudimos descansar por un par de horas con cuanta tranquilidad nos permitía<br />
nuestro inseguro porvenir. Por último, hacia las ocho y media, apareció un<br />
mensajero <strong>del</strong> <strong>rey</strong> Twala a invitarnos, en su nombre, para que asistiéramos a la<br />
gran danza anual de las vírgenes, que de un momento a otro se iba a<br />
comenzar.<br />
Vestimos apresuradamente las aceradas mallas, nos armamos con nuestros<br />
rifles y todas sus municiones, para tenerlas a la mano en caso de haber que<br />
escapar como nos lo advirtiera Infadús, y partimos llenos de osadía, en la<br />
apariencia, pues llevábamos el alma en vilo y las carnes nos temblaban. El<br />
ancho patio <strong>del</strong> kraal <strong>del</strong> <strong>rey</strong> tenía un aspecto muy distinto <strong>del</strong> que presentara<br />
en la noche anterior. En vez de las apretadas filas de sombríos guerreros,<br />
alegraban los ojos, compañía tras compañía de jóvenes kukuanas, ligera y<br />
graciosamente vestidas, coronadas con olorosas guirnaldas, teniendo con una<br />
mano una palma y sustentando en la otra un hermoso lirio blanco. En el centro<br />
<strong>del</strong> espacio despejado, a la luz de la luna, sentábase el <strong>rey</strong>, con la odiosa<br />
Gagaula acurrucada a sus pies y rodeado por Infadús, Scragga y doce<br />
guardias. También había presente una veintena de jefes, entre los cuales<br />
reconocí a casi todos los que nos habían ido a ver la noche anterior.<br />
Twala nos recibió, en apariencia, con extremada cordialidad, aunque no se<br />
me escapó la expresión de odio que animó a su único ojo, cuando lo fijó sobre<br />
Umbopa.<br />
—Bienvenidos seáis, blancos de las estrellas —nos dijo— cosa bien<br />
distinta a la que anoche, a la luz de la luna, pudisteis contemplar, venís a ver:<br />
es un hermoso espectáculo; pero no tan bello como aquel. <strong>Las</strong> jóvenes son<br />
agradables, y si no fuera por éstas (señalando en derredor), no estaríamos<br />
aquí, pero los hombres son mejores. Dulces son los besos de sus labios, dulce<br />
su tierna voz; pero más dulce es el choque de las lanzas y aún mucho más el<br />
olor de la sangre que derraman. ¿Queréis tomar esposas entre las mujeres de<br />
nuestro pueblo? Si así lo deseáis, elegid entre las más bellas, tantas como<br />
queráis y serán vuestras; e hizo una pausa en espera de respuesta.<br />
La proposición no pareció desagradable a Good, quien, como buen marino,<br />
era fácil de inflamar, y previendo las complicaciones sin cuento que enlaces<br />
de esa naturaleza nos podían traer (pues a la mujer, siguen las dificultades tan<br />
infaliblemente como la noche al día), autorizado por mi mayor edad y<br />
experiencia, me apresuré a contestar:<br />
—Gracias ¡oh <strong>rey</strong>! pero los blancos sólo nos casamos con mujeres de<br />
nuestro color y linaje. ¡Vuestras vírgenes son bellas, pero no han nacido para<br />
nosotros!<br />
El <strong>rey</strong> se echó a reír.<br />
—Como queráis. En nuestra tierra hay un proverbio que dice: «Los ojos de<br />
la mujer no brillan menos, ora sean más claros, ora más negros», y otro que<br />
nos advierte: «Ama a las que cerca tengas y da por cierto, que aquellas que