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Henry Rider Haggard-Las minas del rey salomón

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de buitre y el tembloroso cuerpo encorvado por el peso de los años, ir<br />

recuperando progresivamente las perdidas fuerzas hasta llegar a arrebatarse,<br />

en desenfrenados movimientos, tan vivos, tan rápidos como los de sus<br />

maléficas discípulas. Corrió de un lado para otro, girando con frenesí y<br />

animándose con su propio y desagradable canto, hasta que deteniéndose<br />

repentinamente se abalanzó a un arrogante jefe que estaba al frente de un<br />

regimiento y lo tocó con su vara. Una dolorosa exclamación se escapó de las<br />

filas de aquel cuerpo, que evidentemente mandaba; pero como siempre, dos de<br />

sus individuos saliendo de ellas lo cogieron por los brazos, y lo condujeron al<br />

lugar en donde debía morir. Después supimos que aquel hombre era primo <strong>del</strong><br />

Rey y uno de los más importantes por su riqueza y su graduación.<br />

Fue muerto y Twala contó ciento tres. En seguida Gagaula continuando sus<br />

endiabladas cabriolas fue poco a poco aproximándose a nosotros.<br />

—¡Que me cuelguen si no trata de hacernos una mala jugada! —exclamó<br />

Good horrorizado.<br />

—¡Qué disparate! —contestó sir Enrique.<br />

Por mi parte, al ver a aquella vieja furia en continuas contorsiones<br />

acercándosenos más y más, sentí que la sangre se me helaba y echando una<br />

ojeada a los cadáveres hacinados a mi espalda, se me erizó el cabello.<br />

Mientras tanto Gagaula, encorvado el cuerpo, con los ojos casi fuera de sus<br />

órbitas, y fosforescentes, continuaba girando rápida, y acortando más y más la<br />

distancia.<br />

Ya no cabía duda, era a nosotros a quienes se dirigía; y todos los ojos de<br />

aquella inmensa asamblea seguían sus movimientos con marcada ansiedad. Al<br />

fin se detuvo y nos señaló con su vara.<br />

—¿A quién tocará? —se preguntó a sí mismo sir Enrique.<br />

En un momento salimos de dudas, pues la horrible vieja de un salto se<br />

colocó enfrente de Ignosi, alias Umbopa, y le tocó en el hombro, gritando con<br />

chillona y horripilante voz:<br />

—¡Lo he husmeado! ¡Matadle! ¡matadle! está lleno de maldad; ¡matad a<br />

ese extranjero, antes de que por su causa corran torrentes de sangre! ¡oh Rey!<br />

hazle morir.<br />

Hubo una pequeña pausa que me apresuré a aprovechar.<br />

—¡Oh Rey! —exclamé levantándome de mi asiento—. Este hombre es el<br />

criado de tus huéspedes, es su perro; cualquiera que derrame la sangre de él,<br />

derrama la nuestra. Por la ley sagrada de la hospitalidad reclamo tu protección<br />

para nuestro criado.<br />

—Gagaula la madre de la sabiduría pide su muerte, blancos, y morirá.<br />

—No, no morirá, el que trate de tocarle, ese sí, que morirá.<br />

—¡Cogedle! —gritó furioso Twala a sus verdugos, que le rodeaban<br />

enrojecidos hasta los ojos con la sangre de sus víctimas.<br />

Al mandato de su amo, avanzaron hacia nosotros y a los pocos pasos se<br />

detuvieron indecisos. Ignosi por su parte, habíase puesto en guardia con su<br />

lanza, resuelto a vender bien cara la vida.

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