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—¿Vuestros guerreros, por consiguiente, deben aburrirse <strong>del</strong> forzado<br />
reposo de sus lanzas?<br />
—Señor, apenas destruimos al pueblo que como manada de lobos cayó<br />
sobre nosotros, tuvimos otra guerra, pero fue una guerra civil, de perro contra<br />
perro.<br />
—¿Cómo así?<br />
—El <strong>rey</strong>, mi hermano por parte de padre, señor, tenía un hermano gemelo<br />
llamado Imotu. Es costumbre entre nosotros, cuando tal suceso ocurre, matar<br />
al más débil de los dos recién nacidos; pero la madre <strong>del</strong> <strong>rey</strong> no lo hizo así, y<br />
llevada de la pena que esto le causaba, ocultó al que debía morir, al que hoy es<br />
Twala, el <strong>rey</strong>.<br />
—Bueno, ¿y qué?<br />
—Kafa, nuestro padre, señor, murió cuando ya éramos hombres, y mi<br />
hermano Imotu, reconocido y proclamado como su sucesor, comenzó a reinar,<br />
teniendo algún tiempo después un hijo en su esposa favorita.<br />
Cuando este niño tenía tres años de edad, precisamente al final de la gran<br />
guerra que antes os he citado, se presentó una espantosa hambre, consecuencia<br />
de aquella, pues por largo tiempo había impedido la siembra y recolección de<br />
los frutos, y el pueblo, exaltado por el terrible azote parecía encolerizado león<br />
dispuesto a desgarrar la primera presa que cayese bajo su poder. Entonces,<br />
aprovechando el instante en que la hambrienta multitud, medio rebelada,<br />
murmuraba de su <strong>rey</strong>, Gagaula, la mujer sabia y terrible, la que nunca muere,<br />
gritó a los amotinados: «El <strong>rey</strong> Imotu no es vuestro <strong>rey</strong>»; entrando enseguida<br />
en una choza, sacó de ella a Twala, a quien había guardado oculto desde su<br />
nacimiento, y arrancándole el «moocha» o ceñidor que cubría su cintura,<br />
mostró al pueblo kukuano la marca de la sagrada serpiente en derredor de su<br />
talle, con la cual se señala, al hijo primogénito <strong>del</strong> <strong>rey</strong> a poco de nacer, y<br />
volvió a exclamar con robusto acento: «¡Ved aquí vuestro <strong>rey</strong>, a quien he<br />
salvado para vosotros!»<br />
El pueblo, ignorando la verdad y arrastrado por el hambre, que le<br />
obscurecía la razón, exclamó: ¡El Rey! ¡El Rey! pero yo sabía que todo era<br />
una impostura; nuestro hermano Imotu era el mayor de los gemelos, y por<br />
consiguiente el verdadero <strong>rey</strong>. Creció el tumulto y estaba en su apogeo cuando<br />
éste, que se encontraba herido y muy enfermo en su cabaña, salió de ella<br />
apoyándose en el brazo de su esposa, andando lenta y penosamente, y seguido<br />
de su pequeño Ignosi (el relámpago).<br />
—¿Qué significa este alboroto? —preguntó. ¿Por qué gritáis: ¡El Rey! ¡El<br />
Rey!? entonces Twala, su propio hermano, el que había nacido en la misma<br />
hora y de la misma mujer, corrió a él, y asiéndolo por el cabello le atravesó el<br />
corazón con su cuchillo. El pueblo, voluble por naturaleza y dispuesto siempre<br />
a rendir sus homenajes al sol que se levanta, aplaudió estrepitosamente,<br />
vociferando: ¡Twala es <strong>rey</strong>! ¡Viva Twala! ¡Ahora, todos sabemos que Twala<br />
es <strong>rey</strong>!