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Henry Rider Haggard-Las minas del rey salomón

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ecibido y devorado sus raciones, las tres divisiones estaban formadas, el plan<br />

de ataque debidamente explicado a los caudillos, y la fuerza entera, que en la<br />

actualidad se componía de unos dieciocho mil hombres, excepto una guardia<br />

para custodia de los heridos, pronta a entrar en acción.<br />

En este momento se nos acercó Good, y tendiendo las manos a sir Enrique<br />

y a mí, nos dijo:<br />

—Adiós, camaradas. Parto con el ala derecha, conforme las órdenes<br />

recibidas; así pues, vengo a despedirme de ustedes por si acaso no nos<br />

volvemos a ver.<br />

Nos apretamos las manos, y no sin dejar traslucir tanta conmoción cuanta<br />

un inglés acostumbra a dar a conocer.<br />

—El lance es bien grave —dijo sir Enrique con su gruesa voz algo<br />

alterada— y confieso que en manera alguna espero ver el sol de mañana.<br />

Según se me alcanza, los Grises, con quienes voy a marchar, tienen que<br />

batirse hasta morir, para dar tiempo que las alas verifiquen su evolución y<br />

sorprendan a Twala por los flancos.<br />

—¡Bueno, sea así! ¡en todo caso caeremos como bravos! Adiós, mi viejo<br />

amigo. ¡Dios lo proteja! Espero librará bien y pondrá sus manos sobre los<br />

diamantes; si no me equivoco, siga mi consejo: ¡no se enrede más en negocios<br />

de pretendientes!<br />

Enseguida Good volvió a estrecharnos las manos y se alejó. Infadús vino a<br />

buscar a sir Enrique y lo condujo al frente de los Grises, mientras yo, turbado<br />

por tristes presentimientos, partí con Ignosi a mi puesto, en el segundo<br />

regimiento o reserva <strong>del</strong> centro.

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