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Henry Rider Haggard-Las minas del rey salomón

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como los pechos de una virgen, para ir a terminar en dos picos perfectamente<br />

cónicos y cubiertos de nieve, que se hundían en las nubes.<br />

El desfiladero en que venían a unirse sus encontradas laderas, parecía muy<br />

escarpado y a varios miles de pies sobre el nivel <strong>del</strong> suelo; a sus opuestos<br />

lados, en cuanto la vista descubría, observábase en la cordillera la misma<br />

rápida, y uniforme pendiente, interrumpida, de trecho en trecho, por<br />

eminencias terminadas en mesetas, parecidas a las afamadas de la ciudad <strong>del</strong><br />

Cabo, que, entre paréntesis son de una formación muy común en el África.<br />

Imposible me es describir el cuadro que se extendía ante nuestra vista. Sí<br />

puedo decir que nos produjo tal impresión la solemne majestad de aquellos<br />

gigantescos volcanes —porque sin duda alguna lo son— ya apagados, que<br />

suspensos, creo que ni siquiera respirábamos. Durante cierto tiempo, los rayos<br />

de la mañana se quedaron en los nevados picos y en las redondeadas y<br />

obscuras masas que los sostenían; pero poco a poco y como queriendo ocultar<br />

de nuestros curiosos ojos la grandiosidad de aquel espectáculo, extrañas<br />

neblinas y nubes comenzaron a agruparse en su derredor hasta cubrirlas con<br />

un tupido velo, al través <strong>del</strong> cual sólo podíamos entrever sus enormes y bien<br />

cortadas siluetas. Por lo general, como más tarde descubrimos, estaban<br />

siempre envueltas en densas nieblas que, indudablemente no nos habían<br />

permitido antes verlos con tanta claridad.<br />

Apenas las montañas habían desaparecido bajo su vaporosa vestidura,<br />

cuando nuestra sed reaparecía con sus insoportables tormentos.<br />

A pesar de la afirmación de Ventvögel, por más que buscamos, no<br />

descubrimos agua ni la menor traza de ella; en todo cuanto la vista dominaba,<br />

sólo se percibía el árido y seco arenal, y los raquíticos karus. Dimos la vuelta<br />

a la colina, examinando con ansiedad sus alrededores, pero siempre con el<br />

mismo resultado, ni una gota de agua, nada, nada que indicase la existencia de<br />

una poza, charco o manantial.<br />

—Eres un estúpido, no hay ninguna agua —dije coléricamente a<br />

Ventvögel.<br />

Este volvió, levantando su horrible nariz, a olfatear el aire, y contestome:<br />

—La huelo, señor, la husmeo en el aire.<br />

—Sí, en las nubes y cuando caiga, de aquí a dos meses, vendrá a refrescar<br />

nuestros huesos.<br />

Sir Enrique se cogió pensativamente la barba y sugirió:<br />

—¡Tal vez se encuentre en la cima de esa colina!<br />

—¡Diablo! ¿a quién se le puede ocurrir tal cosa? ¡agua en la cima de una<br />

colina! —exclamó Good.<br />

—Sin embargo, veámoslo —dije yo, y comencé a ascender a gatas, sin<br />

ninguna esperanza, y precedido por Umbopa, la arenosa pendiente de aquella<br />

eminencia. Al llegar a la cumbre, éste se detuvo como si se hubiera<br />

petrificado, y gritó con toda su voz:<br />

—¡Nanzia, Manzie! (Aquí hay agua).

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