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adornaban el cano y desgreñado cabello con multitud de pequeñas vejigas que<br />
caían hacia atrás, tenían pintada la rugosa cara con rayas blancas y amarillas,<br />
de sus encorvadas espaldas colgaban distintas pieles de culebra, y en derredor<br />
de sus cinturas chocaban ruidosamente numerosas rodajas de hueso humano.<br />
Cada una tenía en su descarnada mano una especie de horquilla. En total eran<br />
diez, cuando llegaron enfrente de nosotros se detuvieron, y una señalando con<br />
su horquilla a la agachada Gagaula gritó:<br />
—Madre, anciana madre, aquí nos tienes.<br />
—¡Bueno! ¡bueno! ¡bueno! —gritó atipladamente aquel decrépito<br />
monstruo—. ¿Tenéis perspicaces los ojos, Isanusis, (brujas) vosotras, las que<br />
veis en los sitios más recónditos?<br />
—Madre, los tenemos perspicaces.<br />
—¡Bueno! ¡bueno! ¡bueno! ¿Tenéis vuestros oídos bien abiertos, Isanusis,<br />
vosotras que oís las palabras que la lengua calla?<br />
Madre, los tenemos bien abiertos.<br />
—¡Bueno! ¡bueno! ¡bueno! ¿Tenéis vuestros sentidos bien despiertos,<br />
Isanusis? ¿podéis husmear la sangre y purgar la tierra de los malvados que<br />
maquinan daño contra el Rey o contra sus semejantes? ¿Estáis dispuestas a<br />
hacer la «justicia <strong>del</strong> Cielo» vosotras a quienes he enseñado, las que han<br />
comido <strong>del</strong> pan de mi sabiduría y bebido <strong>del</strong> agua de mi magia?<br />
—Madre, lo estamos.<br />
—¡Entonces comenzad! no os detengáis mas, buitres míos, ved a los<br />
matadores, señalando al repugnante grupo de los verdugos; haced que sus<br />
lanzas no estén ociosas; los hombres blancos de lejano país esperan con<br />
impaciencia. ¡Comenzad!<br />
Dando un aullido salvaje, disolviose el grupo de brujas, las que se<br />
desparramaron en todos sentidos, y se dirigieron, haciendo grande ruido con<br />
los sonajeros de hueso que llevaban en la cintura, hacia la muralla humana que<br />
nos rodeaba. Imposible era seguir los movimientos de todas, así pues, nos<br />
limitamos a observar a la Isanusi más cercana a nosotros. Cuando estuvo a<br />
pocos pasos de la fila de guerreros, hizo, alto y empezó a bailar con<br />
desordenada furia, dando vueltas y revueltas con increíble rapidez y<br />
vociferando a la par expresiones como éstas: ¡Husmeo al maldito! ¡Cerca,<br />
cerca está el envenenador de su madre! ¡Oigo los pensamientos <strong>del</strong> que desea<br />
daño a su Rey!<br />
Más y más apresuró la vertiginosa celeridad de sus movimientos, hasta<br />
caer en tal frenesí que, como una poseída, arrojaba espumarajos por entre las<br />
contraídas mandíbulas, saltábansele los ojos y le temblaban las carnes. De<br />
repente quedose inmóvil y tendiéndose en el suelo como un tigre cuando va a<br />
arrojarse sobre su presa, comenzó a arrastrarse cautelosamente, con la<br />
horquilla extendida, hacia los soldados que tenía enfrente. Nos pareció que al<br />
acercárseles, desvaneciéndose completamente el estoicismo de éstos,<br />
retrocedían aterrorizados. En cuanto a nosotros seguíamos sus menores<br />
movimientos dominados por una invencible fascinación. Mientras tanto se