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Henry Rider Haggard-Las minas del rey salomón

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elegantes y <strong>del</strong>icadas, hacia la distante bóveda. Otras aún estaban en<br />

formación. En estos casos, veíanse descansando en la roca <strong>del</strong> piso, hermosas<br />

estalactitas semejantes, según dijo sir Enrique, a las rotas columnas de un<br />

templo griego; mientras que pendientes <strong>del</strong> techo, colgaban sobre ella<br />

enormes y puntiagudos cerriones, escasamente iluminados por tenue claridad.<br />

Y en tanto admirábamos las elevadas moles, el ruido de la gota de agua<br />

desprendida de su extremo, al caer en el truncado pilar, nos contaba el proceso<br />

de su formación. En algunos sitios estas gotas sólo caían una vez cada dos o<br />

tres minutos, lo que daba datos para un curioso cálculo o sea determinar, dada<br />

la velocidad de la gotera, cuánto tiempo se necesitaba para la formación de<br />

una columna de ochenta pies de alto por diez de diámetro. La lentitud<br />

incalculable <strong>del</strong> proceso puede concebirse por el siguiente hecho.<br />

Descubríamos en uno de los pilares una figura, grosera representación de una<br />

momia, cerca de cuya cabeza se veía otra al parecer efigie de uno de los dioses<br />

egipcios, sin duda, obra de uno de los antiguos mineros. Estos dibujos estaban<br />

hechos a la altura en que un desocupado, bien sea trabajador fenicio o inglés,<br />

tienen la costumbre de buscar la inmortalidad a expensas de las obras maestras<br />

de la Naturaleza, esto es, a cinco pies <strong>del</strong> suelo; sin embargo, la columna a la<br />

sazón, por lo menos tres mil años después que se hiciera aquel dibujo, lo tenía<br />

sino ocho pies de alto y aún continuaba formándose, como nos lo probaba la<br />

gota de agua que oíamos caer; por consiguiente resultaba para la marcha de su<br />

crecimiento un pie por mil años, o una pulgada y dos líneas por siglo.<br />

Algunas estalactitas afectaban caprichosas formas, debidas a la desviación<br />

de la gota de agua que las construía; unas semejaban enormes púlpitos<br />

rodeados de barandillas con primorosos calados, otras tenían el aspecto de<br />

extraños animales, y por último, las paredes de la cueva estaban decoradas con<br />

unos ramajes entrelazados y blancos como el marfil. En ambos lados de la<br />

nave principal abríanse cuevas más pequeñas, semejantes a las capillas de una<br />

catedral. Entre ellas habían una o dos de diminuto tamaño, que, evidenciando<br />

la invariabilidad de las leyes que gobiernan a la Naturaleza, aparecían como<br />

verdaderas reducciones de la grandiosa nave.<br />

No tuvimos tiempo bastante para examinar a nuestro deseo aquella<br />

maravillosa creación de la Naturaleza, porque Gagaula, indiferente a la belleza<br />

de las estalactitas y estalagmitas, al parecer deseaba concluir cuanto antes el<br />

asunto que tenía a su cargo. Su diligencia me contrarió bastante, deseoso<br />

como estaba de averiguar de qué manera se iluminaba aquel sitio, y si esto era<br />

debido a la mano <strong>del</strong> hombre o no; como también, ver si había sido utilizado,<br />

lo que casi no admitía duda, en los pasados tiempos. Consolándonos con la<br />

idea de que a nuestro regreso podríamos examinarla con toda detención,<br />

seguimos a nuestra desatenta guía.<br />

Encaminose directamente hacia el fondo de la vasta y silenciosa cueva, en<br />

donde nos encontramos con la entrada de otro pasillo, no ya abovedado como<br />

el anterior y sí de techo plano y a escuadra, al estilo de los pórticos de los<br />

templos egipcios.

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