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Henry Rider Haggard-Las minas del rey salomón

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—Ved la muralla que guarda las <strong>minas</strong> de Salomón. Dios sólo sabe si<br />

llegaremos hasta ella.<br />

—Mi hermano debe estar allí, y si así es, yo me reuniré con él —dijo sir<br />

Enrique con ese tono de tranquila confianza que caracteriza al hombre<br />

resuelto.<br />

—Dios lo quiera —repuse— y volviéndome, para regresar a nuestro<br />

campamento, vi que no estábamos solos. A nuestras espaldas, el arrogante<br />

Umbopa también miraba con marcada ansiedad hacia las apartadas montañas.<br />

El zulú, al percibir que yo lo había visto, dijo, dirigiéndose a sir Enrique, al<br />

mismo tiempo que tendía su ancha azagaya hacia ellos:<br />

—¿Es a esa tierra a donde tú ca<strong>minas</strong>, Incubu? (palabra nativa que<br />

significa elefante, y era el nombre dado a sir Enrique por los kafires).<br />

Preguntele, con acento severo, cómo se atrevía a hablar a su amo de una<br />

manera tan familiar. Santo y bueno que los nativos nos bauticen con nombres<br />

a su capricho, pero nada decente es, que vengan a lanzárnoslos al rostro,<br />

llamándonos con sus bárbaros apelativos. El zulú sonrió tranquilamente, lo<br />

que me llenó de cólera.<br />

—¿Cómo sabes tú que yo no soy igual al Inkosi a quien sirvo? No dudo<br />

que es de sangre real, eso se ve en su tamaño y en sus ojos, y ¿no podría<br />

ocurrir que yo lo fuese también? a lo menos mi estatura no es menor que la<br />

suya. Habla por mí, ¡Oh, Macumazahn! y repite mis palabras al Inkosi Incubu,<br />

mi dueño, porque quiero hablar con él y contigo.<br />

Estaba encolerizado, nunca un kafir me había hablado de semejante<br />

manera; pero sus expresiones me causaron alguna impresión y tenía mucha<br />

curiosidad por saber lo que iba a decir; así es que, conteniéndome, traduje su<br />

pregunta añadiendo al mismo tiempo que aquel nativo era un atrevido y debía<br />

ponerse coto a su impertinente charlatanería.<br />

—Sí, Umbopa, camino hacia ella —contestó sir Enrique.<br />

—El desierto es muy vasto y no hay agua en él, las montañas son altas, la<br />

nieve las cubre y ningún hombre puede decir qué es lo que se encuentra más<br />

allá de ellas, detrás <strong>del</strong> sitio donde el sol se oculta. ¿Cómo llegarás hasta allí,<br />

Incubu, y por qué ca<strong>minas</strong> hacia allá?<br />

Volví a traducir, y sir Enrique contestó:<br />

—Dígale que creo que un hombre de mi sangre, mi hermano, ha ido a ese<br />

lugar no ha mucho tiempo, y voy a buscarle.<br />

—En efecto así es, Incubu; un hombre que encontré en el camino me dijo<br />

que hacía dos años, un blanco había entrado en el desierto caminando hacia<br />

esas montañas acompañado de criado, un cazador, y que jamás han regresado.<br />

—¿Cómo sabes que era mi hermano?<br />

—No, yo no lo sé. Pero el hombre, al preguntarle las señas de aquel<br />

blanco, me contestó tenía tus mismos ojos y una barba negra. Añadió, además,<br />

que le acompañaba un cazador bechuano llamado Jim, el cual iba vestido.<br />

—No hay ya duda —dije yo—. Jim no me mintió.

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