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Henry Rider Haggard-Las minas del rey salomón

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palabras. «Ojalá, hombres blancos» en lugar de «Ojalá Inkosis» (jefes), que<br />

me llamó fuertemente la atención.<br />

—¡Tú no hablas, como debes! —le dije— tus palabras son imprudentes.<br />

Esa no es la manera de entendernos. Dinos, ¿cuál es tu nombre, dónde está tu<br />

kraal, para que sepamos con quién tenemos que tratar?<br />

—Mi nombre es Umbopa. Soy zulú, mas no de su pueblo. Mi tribu habita<br />

lejos, hacia el Norte; quedó allí cuando los zulúes bajaron hacia aquí «hace<br />

mil años», mucho antes de que Chaka reinase en el Zululand. Yo no tengo<br />

kraal. He vivido errante durante muchos años. Cuando niño vine desde el<br />

Norte al Zululand. Fui el criado de Cetywayo en el regimiento de<br />

Nkomabakosi. Huí <strong>del</strong> Zululand y vine a Natal porque quería conocer las<br />

costumbres y artes <strong>del</strong> hombre blanco. Entonces serví en la guerra contra<br />

Cetywayo, y desde esa fecha he estado trabajando en Natal. Ahora ya estoy<br />

cansado, y quisiera volver al Norte. Aquí no estoy en mi centro. No quiero<br />

dinero, pero soy valiente y merecedor <strong>del</strong> puesto que ocupe en vuestro carro y<br />

de mi ración. He terminado.<br />

Encontrábame bien perplejo con este hombre por su manera de expresarse.<br />

Era evidente que en el fondo decía la verdad; pero se apartaba <strong>del</strong> modo de ser<br />

de los zulúes y desconfié de su oferta de servirnos sin paga. No sabiendo qué<br />

decidir, traduje sus palabras a sir Enrique y Good, pidiéndoles su parecer. Sir<br />

Enrique me dijo que le invitara a ponerse de pie. Hízolo Umbopa, dejando al<br />

mismo tiempo deslizar el largo capote militar que vestía, exhibiendo desnudo<br />

todo su cuerpo, apenas cubierto por la estrecha tela que rodeaba su cintura, y<br />

un collar hecho de garras de león que llevaba en el cuello. Indudablemente era<br />

una arrogante figura, nunca vi un nativo más hermoso. Medía unos seis pies<br />

tres pulgadas de estatura, siendo ancho en proporción y perfectamente<br />

formado. Su piel casi no pasaba de un trigueño pronunciado, exceptuando<br />

varias cicatrices profundas y negras, producida por viejas heridas de azagaya.<br />

Sir Enrique se dirigió hacia él y fijó la vista en su cara inteligente y altiva.<br />

—¡Qué buen par hacen los dos! ¿no es así? —observó Good— tan alto y<br />

robusto es el uno como el otro.<br />

—Me agrada tu apariencia, Umbopa, y te tomo para mi servicio —dijo sir<br />

Enrique en inglés.<br />

Umbopa lo comprendió, contestó en su dialecto:<br />

—Está bien, y lanzando una mirada a la alta estatura y poderoso pecho de<br />

aquel hombre blanco, añadió: «Ambos somos hombres, usted y yo».

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