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dejaste te dan por muerto»; pero tal vez no suceden estas cosas en las estrellas.<br />
En donde los hombres son blancos, ¿qué se debe extrañar? ¡En fin! Nuestras<br />
jóvenes, no han de suplicaros. Bienvenido seáis, —repito de nuevo—; y<br />
bienvenido seas también tú, el negro; si hubiera oído a Gagaula, estarías ahora<br />
rígido y yerto. No ha sido mala suerte para ti el haber bajado también de las<br />
estrellas. ¡Ah! ¡ah!<br />
Ignosi contestó con firme y tranquilo acento.<br />
—Yo puedo matarte antes que tú me mates a mí ¡oh <strong>rey</strong>! y tus piernas<br />
estarán yertas y rígidas antes que las mías cesen de doblarse.<br />
—Tus palabras son muy osadas —replicó con cólera— no confíes<br />
demasiado.<br />
—Bien sienta la osadía en los labios <strong>del</strong> que dice la verdad. La verdad es<br />
aguzada, azagaya que vuela y hiere en el blanco sin jamás fallar. Es un<br />
mensaje de las «estrellas» ¡oh <strong>rey</strong>! —Twala frunció el ceño y su ojo brilló con<br />
fiereza; pero no dijo una palabra más.<br />
—Dad principio a la danza —gritó.<br />
Inmediatamente las jóvenes, moviendo con inimitable gracia las adornadas<br />
cabezas, avanzaron, por compañías, hacia el centro, ágiles, encantadoras,<br />
entonando dulce, cadencioso canto y balanceando las flexibles palmas y los<br />
olorosos lirios. Enseguida, y sin detenerse, agrupáronse en pintorescos<br />
cuadros, ya valsando ligeras, ya cayéndose unas sobre otras en simulado<br />
combate, ora apretándose como las flores de un ramo, ora dispersándose, cual<br />
asustadas mariposas; obedientes al ritmo, en fantástica confusión, que la suave<br />
luz de la naciente luna, embelleciendo más, revelaba a nuestra <strong>del</strong>eitada vista.<br />
Terminadas las figuras, volvieron a reunirse en compañías y retrocedieron a<br />
sus puestos; pero saltando de las tentadoras filas y apenas tocando el suelo en<br />
sus veloces y acompasados pasos, se acercó a nosotros una joven preciosa,<br />
que, semejante a vaporosa hada, bailó a nuestra presencia con tal destreza y<br />
donaire tal, que hubiera traído a las mejillas de casi todas nuestras bailarinas el<br />
rubor de la vergüenza y de la envidia. Rendida al fin por el cansancio, se<br />
retiró; otra, vino a ocupar su puesto, y así se sucedieron varias; mas ninguna,<br />
por su gracia, por su habilidad y personales atractivos, pudo rivalizar con la<br />
primera.<br />
Cuando todas las jóvenes elegidas terminaron los solos, el <strong>rey</strong> alzó su<br />
diestra, y nos preguntó:<br />
—¿Cuál, entre todas, hombres blancos, creéis la más bella?<br />
—La primera —contesté inmediatamente, arrepintiéndome acto continuo,<br />
al recordar que la de mayor hermosura iba a ser sacrificada.<br />
—Entonces tenemos gustos iguales e iguales ojos. Es la más linda de<br />
todas; triste cosa para ella, porque es preciso que muera.<br />
—¡Ay! ¡es preciso que muera! —repitió con chillona voz Gagaula,<br />
envolviendo en una mirada a la pobre muchacha, quien, ignorante de la<br />
espantosa sentencia que pesaba sobre ella, se entretenía al frente de un grupo