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Henry Rider Haggard-Las minas del rey salomón

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final de tan incesante como sangrienta contienda, tenga aliento suficiente para<br />

matar a Twala, al primero entre los guerreros más temibles de Kukuana, en<br />

singular combate, cortándole el robusto cuello de un solo tajo». Este hachazo<br />

se hizo proverbial en el país, y en a<strong>del</strong>ante se llamó a lo «Incubu» cualquier<br />

golpe o acto de fuerzas extraordinarios.<br />

Infadús pasó a manifestarnos que todos los regimientos de Twala se habían<br />

sometido a Ignosi, añadiendo ya comenzaban a llegar mensajes de los jefes de<br />

los campos reconociendo al vencedor por Rey de la nación. La muerte de<br />

Twala había cortado de raíz toda causa que pudiera prolongar la guerra;<br />

Scragga había sido su único hijo, y, por consiguiente, no existía persona<br />

alguna que pudiera alegar derechos al trono.<br />

Observó que Ignosi había llegado hasta él cruzando torrentes de sangre. El<br />

bravo veterano se encogió de hombros y me contestó:<br />

—Sí, pero para que el pueblo kukuano pueda vivir sosegadamente,<br />

necesita de cuando en cuando una sangría. Muchos han muerto, en verdad;<br />

mas ahí quedan las mujeres, pronto otros vendrán a ocupar los puestos de los<br />

que cayeron, y mientras tanto, estaremos tranquilos por algún tiempo.<br />

A poco de dejarnos Infadús, Ignosi nos hizo una corta visita, luciendo en la<br />

altiva frente la diadema real. Cuando le vi llegar, con majestuosa dignidad y<br />

seguido por obsequioso séquito, recordó al alto zulú que pocos meses atrás se<br />

nos presentó en Durbán pidiéndonos lo tomáramos para nuestro servicio, y<br />

pensé en los extraños giros de la rueda de la fortuna.<br />

—Salud, ¡oh Rey! —le dije, saliendo a su encuentro.<br />

—Sí, Macumazahn. Rey, al fin, por la gracia de vuestras tres diestras —<br />

contestó sin tardanza.<br />

Todo nos dijo marchaba muy bien, añadiendo que esperaba tener dispuesta<br />

una gran fiesta entre dos semanas para presentarse al pueblo.<br />

—¿Y qué piensas hacer con Gagaula? —le pregunté.<br />

—¡Es el genio malo de nuestra tierra, la mataré, y con ella también<br />

morirán todas las brujas! Ha vivido tanto, que nadie recuerda cuándo ha sido<br />

joven; ella es la que ha enseñado siempre a las brujas cazadoras, y por ella,<br />

este suelo ha parecido maldito a los ojos <strong>del</strong> Cielo que nos cubre.<br />

—Sin embargo, ella sabe mucho; y es, Ignosi, más fácil el destruir la<br />

sabiduría que el adquirirla.<br />

—Así es —contestó pensativamente—. Ella, y ella no más, guarda el<br />

secreto de las «Tres Brujas» allá donde muere el gran camino, donde se<br />

entierra a los Reyes y se sientan los silenciosos.<br />

—Sí, y en donde están los diamantes. No olvides tu promesa, Ignosi; tú<br />

debes guiarnos a las <strong>minas</strong>, aun cuando tengas que conservar la vida a<br />

Gagaula para que nos muestre el camino.<br />

—No la olvidaré, Macumazahn, y pensaré en lo que dices.<br />

Retirose Ignosi, fui a ver a Good, y le encontré <strong>del</strong>irando. La fiebre se<br />

había hecho muy intensa y parecía efecto de la herida de su pierna complicada<br />

con alguna lesión interna. Por cuatro o cinco días estuvo de extrema gravedad,

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