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deslizándose el alba, corrió a tenderse por el ámbito vasto <strong>del</strong> desierto. <strong>Las</strong><br />
estrellas palidecieron hasta quedar completamente desvanecidas y la luna,<br />
adquiriendo gradualmente un tinte amarillento de cera, fue exhibiendo con<br />
mayor limpieza las rugosidades de sus montañas, que se mostraban en su<br />
descolorida faz como los huesos en el rostro de un moribundo. Por último,<br />
veloces y crecientes ondas de fulgurante luz, rasgando y arrollando la neblina,<br />
cubrieron al desierto con dorado manto: era de día.<br />
Sin embargo, no nos detuvimos, aunque mucho lo deseábamos, y no<br />
ignorábamos que, a poco que ascendiera el sol, sería casi imposible continuar<br />
andando. A las seis descubrimos un grupo de rocas apiñadas, hacia las que<br />
encaminamos nuestros pasos, y por fortuna, una de ellas, ancha y achatada,<br />
descansando sobre sus compañeras, nos brindaba un asilo a nuestro deseo<br />
contra el ardiente sol, y bien pronto dormíamos profundamente a su sombra<br />
protectora, tendidos sobre suave arena y después de haber tomado un pedazo<br />
de carne seca y un poco de agua.<br />
<strong>Las</strong> tres de la tarde serían cuando despertamos. Nuestros tres cargadores<br />
estaban disponiéndose para regresar a sus hogares; ya tenían bastante de<br />
desierto y no había cuchillos en el mundo que los hubiera tentado a dar un<br />
paso más. Así, pues, bebimos a nuestro gusto, y vaciadas las botellas, las<br />
volvimos a llenar con el agua que traían en las calabazas, terminado lo cual,<br />
nos pusimos a vigilar su partida para la jornada de veinte millas, que los<br />
volvía a sus casas.<br />
A las cuatro y media emprendimos de nuevo la nuestra, que fue en extremo<br />
monótona y triste, pues con la excepción de contados avestruces, no se vio un<br />
sólo ser en aquellos dilatados arenales. Eran demasiado secos para la caza, y<br />
excepto una o dos terribles cobras, no encontramos reptil alguno. Sin<br />
embargo, abundaba un insecto, la mosca común, las cuales no aparecían<br />
individualmente, sino en cerrados batallones. La mosca es, sin duda, uno de<br />
los animales más extraordinarios; en todas partes se las encuentra y también<br />
en todos los tiempos, porque he visto embutida en un trozo de ámbar una que<br />
se me dijo, debía contar medio millón de años, y era exactamente igual a sus<br />
descendientes en la actualidad; y por otro lado, no vacilo en afirmar que,<br />
cuando el último hombre yazga moribundo en la tierra, estará zumbando en su<br />
derredor, si tal suceso ocurre bajo un clima templado, esperando el momento<br />
oportuno para colocársele en la punta de la nariz.<br />
A la puesta <strong>del</strong> sol suspendimos la jornada para proseguirla a la salida de la<br />
luna. A las diez apareció este astro tan hermoso y sereno como siempre, y<br />
salvo un descanso de media hora, hacia las dos de la mañana, caminamos toda<br />
la noche, hasta que por fin, el deseado sol vino a poner término a nuestra<br />
fatigosa marcha. Bebimos unos tragos de agua, nos acostamos en el suelo,<br />
rendidos por el cansancio, y pronto estábamos dormidos. No teníamos<br />
necesidad de establecer vigilancia alguna, porque a nadie, ni a nada debíamos<br />
temer en esa desolada llanura. Nuestros únicos enemigos eran el calor, la sed<br />
y las moscas; sin embargo, hubiera preferido afrontar todos los peligros a que