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Henry Rider Haggard-Las minas del rey salomón

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deslizándose el alba, corrió a tenderse por el ámbito vasto <strong>del</strong> desierto. <strong>Las</strong><br />

estrellas palidecieron hasta quedar completamente desvanecidas y la luna,<br />

adquiriendo gradualmente un tinte amarillento de cera, fue exhibiendo con<br />

mayor limpieza las rugosidades de sus montañas, que se mostraban en su<br />

descolorida faz como los huesos en el rostro de un moribundo. Por último,<br />

veloces y crecientes ondas de fulgurante luz, rasgando y arrollando la neblina,<br />

cubrieron al desierto con dorado manto: era de día.<br />

Sin embargo, no nos detuvimos, aunque mucho lo deseábamos, y no<br />

ignorábamos que, a poco que ascendiera el sol, sería casi imposible continuar<br />

andando. A las seis descubrimos un grupo de rocas apiñadas, hacia las que<br />

encaminamos nuestros pasos, y por fortuna, una de ellas, ancha y achatada,<br />

descansando sobre sus compañeras, nos brindaba un asilo a nuestro deseo<br />

contra el ardiente sol, y bien pronto dormíamos profundamente a su sombra<br />

protectora, tendidos sobre suave arena y después de haber tomado un pedazo<br />

de carne seca y un poco de agua.<br />

<strong>Las</strong> tres de la tarde serían cuando despertamos. Nuestros tres cargadores<br />

estaban disponiéndose para regresar a sus hogares; ya tenían bastante de<br />

desierto y no había cuchillos en el mundo que los hubiera tentado a dar un<br />

paso más. Así, pues, bebimos a nuestro gusto, y vaciadas las botellas, las<br />

volvimos a llenar con el agua que traían en las calabazas, terminado lo cual,<br />

nos pusimos a vigilar su partida para la jornada de veinte millas, que los<br />

volvía a sus casas.<br />

A las cuatro y media emprendimos de nuevo la nuestra, que fue en extremo<br />

monótona y triste, pues con la excepción de contados avestruces, no se vio un<br />

sólo ser en aquellos dilatados arenales. Eran demasiado secos para la caza, y<br />

excepto una o dos terribles cobras, no encontramos reptil alguno. Sin<br />

embargo, abundaba un insecto, la mosca común, las cuales no aparecían<br />

individualmente, sino en cerrados batallones. La mosca es, sin duda, uno de<br />

los animales más extraordinarios; en todas partes se las encuentra y también<br />

en todos los tiempos, porque he visto embutida en un trozo de ámbar una que<br />

se me dijo, debía contar medio millón de años, y era exactamente igual a sus<br />

descendientes en la actualidad; y por otro lado, no vacilo en afirmar que,<br />

cuando el último hombre yazga moribundo en la tierra, estará zumbando en su<br />

derredor, si tal suceso ocurre bajo un clima templado, esperando el momento<br />

oportuno para colocársele en la punta de la nariz.<br />

A la puesta <strong>del</strong> sol suspendimos la jornada para proseguirla a la salida de la<br />

luna. A las diez apareció este astro tan hermoso y sereno como siempre, y<br />

salvo un descanso de media hora, hacia las dos de la mañana, caminamos toda<br />

la noche, hasta que por fin, el deseado sol vino a poner término a nuestra<br />

fatigosa marcha. Bebimos unos tragos de agua, nos acostamos en el suelo,<br />

rendidos por el cansancio, y pronto estábamos dormidos. No teníamos<br />

necesidad de establecer vigilancia alguna, porque a nadie, ni a nada debíamos<br />

temer en esa desolada llanura. Nuestros únicos enemigos eran el calor, la sed<br />

y las moscas; sin embargo, hubiera preferido afrontar todos los peligros a que

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