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Henry Rider Haggard-Las minas del rey salomón

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—Es preciso que lo haga. Si falla con el primer cañón, fuego con el<br />

segundo. Alza para 150 varas, y aguarde a que el animal presente el costado.<br />

Después de un momento de espera, descubrimos un buey que corría<br />

directamente hacia la puerta <strong>del</strong> kraal, pronto la atravesó, y asustado por el<br />

gentío allí apiñado, se detuvo, volviose de lado y mugió.<br />

—Ahora —murmuré.<br />

Oyose la explosión y el buey, herido por las costillas, cayó de espaldas<br />

agitando las patas en el estertor de la agonía. La bala explosiva había<br />

cumplido bien con su misión y un apagado ¡ah! se escapó a la atónita<br />

asamblea.<br />

Volvime con calma.<br />

—¿He mentido, <strong>rey</strong>?<br />

—No, blanco, decías la verdad —contestó con acento algo inseguro.<br />

—Tú lo has visto. Ahora, óyeme Twala; no venimos de guerra, sí de paz.<br />

Como prueba te daré este palo hueco, (le mostré el Winchester), él te<br />

permitirá matar como nosotros matamos; pero le pondré un solo encanto, y es<br />

que no lo podrás emplear contra hombre, pues si tal hicieras, te matará a ti<br />

mismo. Espera, te enseñaré su poder. Manda a uno que clave su lanza por el<br />

regatón en el suelo, a cuarenta pasos de mí, y presentándome el plano de su<br />

hierro. A los pocos segundos estaba dispuesta.<br />

—Ahora mira, voy a romper esa arma. Apunté cuidadosamente y disparé.<br />

La bala dio en el centro de la moharra, haciéndola saltar en pedazos.<br />

Otra exclamación de asombro salió <strong>del</strong> numeroso concurso.<br />

—Ahora, Twala, toma (presentándole el rifle) este tubo mágico, más tarde<br />

te lo enseñaré a usar; pero, ¡ay de ti! si tratas de emplear el talismán de las<br />

estrellas en daño de los hombres de la tierra.<br />

Se lo entregué y lo tomó con cierto temor, poniéndolo inmediatamente en<br />

el suelo a sus pies.<br />

Mientras hacía esto, observé que la repugnante criatura, viva imagen de un<br />

mono decrépito, abandonando la sombra de la choza, se acercaba a gatas hacia<br />

el Rey. Cuando llegó a su lado, se levantó y dejando caer la piel que ocultaba<br />

su cabeza, reveló a nuestra vista la cara más repulsiva que es posible imaginar.<br />

En apariencia era la de una mujer de avanzadísima edad, tan contraída y<br />

plegada, que no excedía en tamaño a la de un niño de un año, y sólo se<br />

componía de una serie de arrugas amarillentas y profundas. Sumida en una de<br />

ellas aparecía una negra hendidura correspondiente a la boca, bajo la cual<br />

encorvábase la barbilla hacia arriba hasta rematar en punta. Apenas se<br />

encontraba un rastro de nariz, en lo que indudablemente se hubiera creído una<br />

antiquísima momia, a no brillar por debajo de blancas, enmarañadas cejas y en<br />

sus hondas cavidades dos ojos grandes, negros, llenos aún de vida y de<br />

inteligencia. En cuanto a su cráneo, calvo en absoluto, cubríalo una piel<br />

amarilla, rugosa y movible como la de la cabeza de la cobra.<br />

El deforme ser, dueño de tan espantoso semblante, cuya sola vista nos<br />

produjo un escalofrío de horror, permaneció inmóvil por un instante; de

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