Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
cómo Good se las había arreglado con su coloso, cuyos chillidos de cólera y<br />
dolor escuchara mientras remataba al mío; al acercarme al capitán le encontré<br />
en un gran estado de excitación. Parece que su elefante, al sentirse herido,<br />
dirigiose furioso contra su agresor, quien apenas tuvo tiempo para separarse<br />
de su dirección, continuando en su ciega acometida en sentido de nuestro<br />
campamento. Mientras tanto, la manada, presa <strong>del</strong> pánico, había desaparecido<br />
por el lado opuesto.<br />
Discutimos por corto tiempo si debíamos perseguir al elefante herido o<br />
continuar tras la manada, y decidiendo esto último, partimos seguros de que<br />
nunca más pondríamos los ojos en sus enormes colmillos. ¡Ojalá así hubiera,<br />
sido! Fácil cosa fue continuar nuestra persecución, porque los elefantes, en su<br />
desesperada fuga, habían aplastado el tupido arbusto como si fuera endeble<br />
hierba, dejando un rastro que parecía un camino carretero.<br />
Pero alcanzarlos no era cosa tan fácil y tuvimos que caminar dos horas<br />
largas, con un sol que nos quemaba, para volver a encontrarlos. Estaban,<br />
excepto uno, aglomerados en un grupo, y pude ver, por la inquietud que<br />
manifestaban y el continuo movimiento de sus trompas hacia arriba para<br />
olfatear el aire, que se hallaban alarmados y dispuestos a evitar otro ataque. El<br />
elefante que se destacaba de los demás, sin duda alguna, era una centinela que,<br />
como a cincuenta varas de la manada y sesenta de nosotros, vigilaba por la<br />
seguridad de todos. Seguro de que si tratábamos de aproximarnos nos<br />
descubriría, y dando su señal de alarma, haría que sus compañeros pronto<br />
desaparecieran de nuestra vista, lo tomamos por blanco y a mi voz de aviso,<br />
hicimos fuego, dejándole instantáneamente muerto. Otra vez la manada se<br />
puso en fuga; pero desgraciadamente para ellos, cortaba la dirección en que<br />
corría, y como a cien varas <strong>del</strong> sitio en que la sorprendimos, un profundo<br />
barranco de escarpadísimas orillas, en donde el impulso de la carrera hubo de<br />
precipitarla. Cuando llegamos a aquel lugar, muy parecido por cierto al sitio<br />
donde fue muerto el Príncipe Imperial en el Zulú, presenciamos desde el<br />
borde de dicho barranco, cómo los aterrorizados animales se revolvían en<br />
confuso tropel al tratar de subir por la otra orilla, chillando alborotadamente al<br />
empujarse y atropellarse en su egoísta pánico, tal como si fueran otros tantos<br />
hombres. Aquella era nuestra oportunidad, y la aprovecharnos disparando con<br />
la rapidez que la carga nos permitía; matamos cinco de aquellas infelices<br />
bestias, y hubiéramos concluido con todas, si, dejando repentinamente su<br />
empeño por ascender hacia el lado opuesto, no se hubieran lanzado<br />
impetuosamente, agua abajo, por el seco lecho <strong>del</strong> torrente. Estábamos<br />
demasiado cansados para perseguirlos, y tal vez también un poco saciados de<br />
matanza, pues ocho elefantes era una ración algo más que buena para un día.<br />
Descansamos un rato, y luego que los kafires arrancaron el corazón a dos<br />
de los elefantes recién muertos, para nuestra cena de aquella noche,<br />
emprendimos la marcha hacia nuestro campamento; contentos con nuestra<br />
fortuna, y resueltos a enviar a los kafires al siguiente día para que recogieran<br />
los colmillos de nuestras víctimas.