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Henry Rider Haggard-Las minas del rey salomón

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piedras, ni con ellas se hubiesen embarazado, al arriesgarse en las entrañas de<br />

la tierra; huyendo los horrores de la muerte por hambre y sed.<br />

Si así no aconteció conmigo, débolo al hábito y no a la reflexión; que es en<br />

mí instintivo, a causa de lo mucho que en la vida lo he practicado, nunca dejar<br />

atrás cosa alguna de valor, cuando me asiste la más remota esperanza de salir<br />

con ella a flote.<br />

—Venga, Quatermain —dijo sir Enrique, ya de pie en el primer escalón—<br />

amárese bien y sígame, yo iré <strong>del</strong>ante.<br />

—Vea donde pone los pies —le advertí— debe abrirse algún hoyo<br />

profundísimo bajo nuestras plantas.<br />

—Lo más probable es que sea otra cueva —replicome, mientras descendía<br />

lentamente, contando las gradas. Al decir «quince» se detuvo y exclamó:<br />

—Aquí concluye. ¡Gracias al Cielo! Creo estamos en una galería. ¡Bajad!<br />

Good seguía a sir Enrique, yo cerraba la marcha, y al reunírmeles, encendí<br />

uno de los dos fósforos que nos quedaban. A su luz pudimos ver nos<br />

hallábamos en un estrecho túnel que corría a derecha e izquierda de la<br />

escalera. Antes de hacer mayor reconocimiento el palillo <strong>del</strong> fósforo me<br />

quemó los dedos y se consumió. Presentose, entonces una <strong>del</strong>icada cuestión o<br />

sea la de discernir en qué sentido debíamos dirigirnos. Ni sabíamos lo que el<br />

túnel era, ni adonde se encaminaba y sin embargo por un lado podría llevarnos<br />

a salvo y por otro a perdición. Estábamos en extremo perplejos, cuando<br />

súbitamente. Good recordó que al arder el fósforo la flama se inclinó a la<br />

izquierda.<br />

—Avancemos contra la corriente —dijo— el aire circula de afuera hacia<br />

adentro, no al contrario.<br />

Aceptamos el razonamiento y arrimándonos a las paredes, tanteando el<br />

terreno con los pies, antes de asentarlos de firme nos alejamos <strong>del</strong> maldito<br />

tesoro, en nuestra arriesgada tentativa de evasión. Si llega el día en que<br />

hombre alguno entre en aquel lugar, lo que creo jamás acontezca en él<br />

encontrará, como recuerdo de nuestra estancia allí, las arcas abiertas, la<br />

apagada lámpara y los blancos huesos de la desventurada Foulata.<br />

Al cuarto de hora de caminar a tientas la galería cambió bruscamente de<br />

dirección, o, mejor dicho, desembocó en otra, que seguimos para al poco<br />

tiempo dar en una tercera; y así, de galería en galería, anduvimos sin<br />

detenernos por espacio de varias horas. Parecía que vagábamos por<br />

interminable laberinto. No puedo decir qué fueran aquellos túneles, pero<br />

supusimos eran las antiguas vías de una mina, cuyos ramales se abrían aquí y<br />

allá en el sentido de las vetas, única cosa que daba explicación a lo excesivo<br />

de su número.<br />

Cansados y completamente abatidos, nos detuvimos y, sentándonos en el<br />

suelo, terminamos con nuestras últimas y bien cortas raciones de carne y agua.<br />

La esperanza nos iba abandonando y ya empezábamos a creer que huimos de<br />

la muerte en la tenebrosa recámara para agonizar en las no menos tenebrosas<br />

galerías.

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