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esperaba, te encuentro, semejante a un viejo Aasvögel (buitre) escondido en el<br />
desierto.<br />
—Hace dos años yo traté de atravesarlas —contestó con la voz vacilante<br />
<strong>del</strong> hombre que por largo tiempo no ha tenido oportunidad de hablar su<br />
idioma— pero al llegar aquí, una pesada piedra se me desplomó sobre esta<br />
pierna y me dejó imposibilitado para seguir a<strong>del</strong>ante o retroceder.<br />
En este momento Good y yo nos aproximamos a ellos, y le saludé.<br />
—¿Cómo está usted, señor Neville? ¿ya no me recuerda usted?<br />
—¡Vaya! ¿no es usted Quatermain? ¡Hola, y Good también! Sostenedme<br />
un momento, amigos, me acomete otro vahído… ¡La sorpresa es tan grande!<br />
¡después de haber perdido toda esperanza, ser tan feliz!<br />
Aquella tarde, tranquilamente acomodados en torno de una pequeña<br />
fogata, Jorge Curtis nos refirió su historia, que, aunque por otro estilo, contaba<br />
no menos accidentes que la nuestra, y en breves palabras hela aquí. Hacía<br />
poco menos de dos años, salió <strong>del</strong> kraal de Sitanda con objeto de llegar a la<br />
cordillera. Respecto a la nota que le envié con Jim, ya hemos visto que éste la<br />
había perdido, y por primera vez Jorge Curtis tuvo conocimiento de tal cosa.<br />
Pero de acuerdo con los informes que de los nativos pudo adquirir, se<br />
encaminó, no a las cumbres <strong>del</strong> Sheba y sí, al estrecho y pendiente pasaje por<br />
donde precisamente acabábamos de bajar, el que era sin la menor duda, mejor<br />
derrotero que el señalado en el plano <strong>del</strong> antiguo fidalgo don José da Silvestre.<br />
Grandes y muchas penalidades sufrieron en el desierto, mas, al cabo<br />
alcanzaron aquel oasis, donde una terrible desgracia ocurrió al hermano de sir<br />
Enrique. El mismo día de su llegada a dicho sitio, se sentó a orillas <strong>del</strong> arroyo,<br />
mientras Jim cogía la miel de una colmena de abejas sin aguijón, bastante<br />
comunes en el desierto, situada precisamente a su espalda y sobre su cabeza<br />
en el borde <strong>del</strong> escarpado, a cuyo pie descansaba. Parece que el criado en su<br />
ocupación, desprendió una enorme piedra que cayéndole a plomo sobre la<br />
pierna derecha le destrozó el hueso. Desde aquel instante Jorge Curtis quedó<br />
tan lisiado que le fue imposible avanzar o retroceder, prefiriendo morir en<br />
aquel lugar a perecer en el desierto.<br />
En cuanto a alimentos no les había ido mal, porque no carecían de<br />
municiones y el oasis atraía, especialmente de noche, muchísima caza, la que<br />
mataban a balazos, o cogían en trampas, proveyéndose así de carne y de trajes<br />
cuando el uso concluyó con sus ropas.<br />
—Como ustedes ven —terminó— hemos vivido casi dos años a lo<br />
Robinson Crusoe, acariciando la esperanza de que algunos nativos vinieran<br />
aquí y nos ayudasen a salir <strong>del</strong> desierto, pero nadie ha parecido por estas<br />
soledades. Justamente, anoche decidimos que Jim me dejase y tratara de llegar<br />
al kraal de Sitanda en busca de auxilio. Debía partir mañana y poca o ninguna<br />
esperanza tenía de volverle a ver. Y ahora tú, a quien imaginaba olvidado ha<br />
largo tiempo de mí, tranquilo y feliz en la vieja Inglaterra, después de lanzarte<br />
tras mis huellas vienes a encontrarme cuando menos lo esperabas. Es el