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—Abrid las otras, hombres blancos, graznó, que no dijo Gagaula, en ellas<br />
hay de seguro más. ¡Saciad vuestro apetito, blancos señores!<br />
Obediente a la indicación, tiré de las tapas de las restantes arquillas,<br />
después de romper, lo que me supo a sacrilegio, los sellos que las aseguraban.<br />
¡Bravo! también llenas y hasta el tope, por lo menos la segunda; no en<br />
balde el mal aventurado fidalgo henchía pellejos de cabrito con el contenido<br />
de ellas. La tercera holgaba en sus tres cuartas partes, pero en la <strong>del</strong> fondo se<br />
hacinaban piedras escogidas; la menor de veinte quilates, y algunas como<br />
huevos de paloma. Varios de estos solitarios, sin embargo tenían, según<br />
observamos, acercándolos a la luz aguas amarillas, que disminuían su mérito.<br />
Y mientras tanto, lo que no observamos fue la horrible mirada de odio con<br />
que nos favoreció la perversa vieja, al deslizarse, arrastrándose como un reptil,<br />
fuera de la recámara <strong>del</strong> tesoro y pasillo que a ella conducía.<br />
¡Escuchad! Resonando en la abovedada galería llegan a nosotros<br />
atropellados gritos de espanto que nos hielan la sangre. ¡Es la voz de Foulata!<br />
—¡Oh, Bougwan! ¡ven! ¡ayúdame! ¡la roca está bajando!<br />
—¡Suelta, muchacha! ¡Toma!<br />
—¡Socorro! ¡Socorro! ¡me ha dado una puñalada!<br />
Al oír los últimos alaridos, corríamos a todo escape por el pasillo y he aquí<br />
el cuadro que la luz de la lámpara iluminó. La enorme roca que cierra la<br />
entrada descendía lentamente y sólo distaba tres pies <strong>del</strong> piso. Cerca de ella<br />
luchaban Gagaula y Foulata. La sangre de ésta bañaba su cuerpo y corría por<br />
sus piernas; pero aún la valiente joven agarraba a la bruja endemoniada que se<br />
revolvía furiosa, como un gato montés. ¡Ah! ¡al fin se liberta de las manos que<br />
la aprisionan! Foulata cae, y Gagaula, echándose al suelo, gatea hacía afuera<br />
por el decreciente espacio que deja libre la enorme y pesada piedra. Está bajo<br />
ella, avanza y…<br />
¡Oh, Dios! ¡le falta tiempo! ¡es demasiado tarde! La descendente mole la<br />
sujeta, la oprime y ella grita desesperada, presa de terror. Y baja más y más, y<br />
sus treinta toneladas prensan y comprimen las secas carnes de la vieja contra<br />
la roca inferior. Chilla, como jamás he oído chillar; rechinan, crújenle los<br />
huesos y con un repugnante estallido, con un horroroso crach, cae la maciza<br />
compuerta y cierra herméticamente la salida, en el mismo instante en que<br />
llegábamos junto a ella.<br />
Todo ocurrió en cuatro segundos.<br />
Entonces acudimos a Foulata. La pobre muchacha había sido herida en el<br />
pecho y a primera vista conocí que le restaban pocos instantes de vida.<br />
—¡Ah! ¡Bougwan, me muero! —exclamó débilmente la preciosa criatura.<br />
Ella, Gagaula, salió, yo no la sentí, estaba medio desmayada… y la puerta<br />
empezó a bajar; entonces volvió y miró hacia adentro… yo la vi entrar; y la<br />
cogí, no la dejé escapar y me hirió, y me muero, Bougwan.<br />
—¡Oh, Foulata! ¡Oh, Dios! —exclamó Good acongojado, estrechándola en<br />
sus brazos y cubriéndola de besos.