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_Quien le hacia la cena a Adam - Katrine Marcal

El feminismo y la economía siempre han tenido mucho que ver. Virginia Woolf quería una habitación propia, y eso cuesta dinero. A finales del siglo XIX y principios del XX, las mujeres se unieron para exigir el derecho a la propiedad privada y a la herencia, el derecho de libre creación de empresas, el derecho a pedir préstamos, el derecho al trabajo, la igualdad salarial y, en definitiva, la posibilidad de mantenerse a sí mismas, de manera que no tuvieran que casarse por dinero, sino que pudieran, en su lugar, hacerlo por amor. El feminismo sigue guardando una estrecha relación con la economía. Durante las últimas décadas, el objetivo del movimiento feminista ha sido hacerse con el dinero y otros privilegios tradicionalmente acaparados por los hombres, a cambio de cosas menos fáciles de cuantificar como, por ejemplo, «el derecho a llorar en público». O, por lo menos, así es como lo han explicado algunos.

El feminismo y la economía siempre han tenido mucho que ver. Virginia
Woolf quería una habitación propia, y eso cuesta dinero.
A finales del siglo XIX y principios del XX, las mujeres se unieron para
exigir el derecho a la propiedad privada y a la herencia, el derecho de libre
creación de empresas, el derecho a pedir préstamos, el derecho al trabajo, la
igualdad salarial y, en definitiva, la posibilidad de mantenerse a sí mismas, de
manera que no tuvieran que casarse por dinero, sino que pudieran, en su
lugar, hacerlo por amor.
El feminismo sigue guardando una estrecha relación con la economía.
Durante las últimas décadas, el objetivo del movimiento feminista ha sido
hacerse con el dinero y otros privilegios tradicionalmente acaparados por los
hombres, a cambio de cosas menos fáciles de cuantificar como, por ejemplo,
«el derecho a llorar en público».
O, por lo menos, así es como lo han explicado algunos.

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el tipo de decisiones lógicas que supuestamente son <strong>la</strong>s únicas de <strong>la</strong>s que<br />

somos capaces los seres humanos.<br />

Ya en los años treinta, John Maynard Keynes escribió acerca de los<br />

sentimientos, los impulsos y los ma<strong>le</strong>ntendidos más o menos entusiastas que<br />

hacen avanzar <strong>la</strong> economía, y al mismo tiempo, que se tamba<strong>le</strong>e. Después de<br />

<strong>la</strong> crisis financiera de 2008, esas ref<strong>le</strong>xiones volvieron a salir a <strong>la</strong> luz. Los<br />

economistas George Akerlof y Robert Shil<strong>le</strong>r argumentaron que nos<br />

habíamos olvidado de esa parte en <strong>la</strong> explicación que Keynes dio al crac del<br />

29. A pesar de que habíamos asumido otros aspectos de sus teorías,<br />

seguíamos aferrándonos a <strong>la</strong> idea del ser humano siempre racional, ciegos<br />

ante los aspectos co<strong>le</strong>ctivos o emociona<strong>le</strong>s del mercado.<br />

Pero si el hombre económico no se parece a nosotros, ¿quién es entonces?<br />

«¿Es el Homo economicus un niño de párvulos?», se han preguntado los<br />

investigadores.[5] Las expectativas de equidad y cooperación tienden a<br />

impregnar el comportamiento adulto. Esperamos que otras personas<br />

co<strong>la</strong>boren y compartan sus recursos. Los comportamientos injustos nos<br />

provocan rechazo, incluso si con ello salimos perdiendo.<br />

Los psicólogos hicieron experimentos con niños de preesco<strong>la</strong>r y con<br />

alumnos de varios cursos de primaria para comprobar si se comportaban<br />

como el hombre económico. Los estudiantes mayores de siete años parecían<br />

reaccionar ante <strong>la</strong> injusticia, al igual que los adultos. Sin embargo, los niños<br />

de preesco<strong>la</strong>r se comportaban como el hombre económico.<br />

Cuando los niños de párvulos se enfrentaban con <strong>la</strong> propuesta de dividir<br />

una suma de dinero, <strong>le</strong>s traía sin cuidado que <strong>la</strong> división fuera justa; lo único<br />

que <strong>le</strong>s importaba era l<strong>le</strong>varse tanto como fuera posib<strong>le</strong>. Si solo recibían una<br />

pequeña cantidad, consideraban que, a pesar de todo, eso era mejor que nada.<br />

Con mucho gusto agarraban todo lo que podían; igual que el hombre<br />

económico. Pero no son los niños de parvu<strong>la</strong>rio los que contro<strong>la</strong>n <strong>la</strong>

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