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_Quien le hacia la cena a Adam - Katrine Marcal

El feminismo y la economía siempre han tenido mucho que ver. Virginia Woolf quería una habitación propia, y eso cuesta dinero. A finales del siglo XIX y principios del XX, las mujeres se unieron para exigir el derecho a la propiedad privada y a la herencia, el derecho de libre creación de empresas, el derecho a pedir préstamos, el derecho al trabajo, la igualdad salarial y, en definitiva, la posibilidad de mantenerse a sí mismas, de manera que no tuvieran que casarse por dinero, sino que pudieran, en su lugar, hacerlo por amor. El feminismo sigue guardando una estrecha relación con la economía. Durante las últimas décadas, el objetivo del movimiento feminista ha sido hacerse con el dinero y otros privilegios tradicionalmente acaparados por los hombres, a cambio de cosas menos fáciles de cuantificar como, por ejemplo, «el derecho a llorar en público». O, por lo menos, así es como lo han explicado algunos.

El feminismo y la economía siempre han tenido mucho que ver. Virginia
Woolf quería una habitación propia, y eso cuesta dinero.
A finales del siglo XIX y principios del XX, las mujeres se unieron para
exigir el derecho a la propiedad privada y a la herencia, el derecho de libre
creación de empresas, el derecho a pedir préstamos, el derecho al trabajo, la
igualdad salarial y, en definitiva, la posibilidad de mantenerse a sí mismas, de
manera que no tuvieran que casarse por dinero, sino que pudieran, en su
lugar, hacerlo por amor.
El feminismo sigue guardando una estrecha relación con la economía.
Durante las últimas décadas, el objetivo del movimiento feminista ha sido
hacerse con el dinero y otros privilegios tradicionalmente acaparados por los
hombres, a cambio de cosas menos fáciles de cuantificar como, por ejemplo,
«el derecho a llorar en público».
O, por lo menos, así es como lo han explicado algunos.

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10<br />

En el que razonamos que uno no es egoísta solo porque<br />

quiera más dinero<br />

La feminista Nancy Folbre, una catedrática de economía, cuenta a menudo <strong>la</strong><br />

siguiente historia.[1]<br />

Había una vez un grupo de diosas que decidieron l<strong>le</strong>var a cabo una<br />

competición, una especie de olimpíadas en que participaran los países del<br />

mundo. No se trataba de una carrera normal con una distancia fija en <strong>la</strong> que el<br />

primero que l<strong>le</strong>gara a <strong>la</strong> línea de meta ganaba <strong>la</strong> medal<strong>la</strong> de oro, sino una<br />

competición para ver qué sociedad era capaz de hacer avanzar a sus<br />

miembros como si fueran una unidad. Se dio el pisto<strong>le</strong>tazo de salida y <strong>la</strong><br />

nación número uno cobró rápidamente ventaja.<br />

Esta nación había animado a cada uno de sus ciudadanos a correr todo lo<br />

que pudieran, lo más rápido que <strong>le</strong>s fuera posib<strong>le</strong>, <strong>hacia</strong> una línea de meta<br />

desconocida. Todos dieron por sentado que el recorrido no podía ser muy<br />

<strong>la</strong>rgo. Comenzaron a correr muy rápido y, al poco tiempo, los niños y los<br />

mayores se quedaron atrás. Nadie del resto de los corredores se detuvo a<br />

ayudar<strong>le</strong>s. Todos estaban exultantes de a<strong>le</strong>gría al ver lo rápido que corrían y<br />

no tenían tiempo que perder. Sin embargo, conforme proseguía <strong>la</strong> carrera,<br />

incluso ellos comenzaron a sentirse cansados. Pasado cierto tiempo, casi<br />

todos los corredores estaban exhaustos o <strong>le</strong>sionados, sin que quedara nadie, ni<br />

una so<strong>la</strong> persona, que pudiera continuar.

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