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_Quien le hacia la cena a Adam - Katrine Marcal

El feminismo y la economía siempre han tenido mucho que ver. Virginia Woolf quería una habitación propia, y eso cuesta dinero. A finales del siglo XIX y principios del XX, las mujeres se unieron para exigir el derecho a la propiedad privada y a la herencia, el derecho de libre creación de empresas, el derecho a pedir préstamos, el derecho al trabajo, la igualdad salarial y, en definitiva, la posibilidad de mantenerse a sí mismas, de manera que no tuvieran que casarse por dinero, sino que pudieran, en su lugar, hacerlo por amor. El feminismo sigue guardando una estrecha relación con la economía. Durante las últimas décadas, el objetivo del movimiento feminista ha sido hacerse con el dinero y otros privilegios tradicionalmente acaparados por los hombres, a cambio de cosas menos fáciles de cuantificar como, por ejemplo, «el derecho a llorar en público». O, por lo menos, así es como lo han explicado algunos.

El feminismo y la economía siempre han tenido mucho que ver. Virginia
Woolf quería una habitación propia, y eso cuesta dinero.
A finales del siglo XIX y principios del XX, las mujeres se unieron para
exigir el derecho a la propiedad privada y a la herencia, el derecho de libre
creación de empresas, el derecho a pedir préstamos, el derecho al trabajo, la
igualdad salarial y, en definitiva, la posibilidad de mantenerse a sí mismas, de
manera que no tuvieran que casarse por dinero, sino que pudieran, en su
lugar, hacerlo por amor.
El feminismo sigue guardando una estrecha relación con la economía.
Durante las últimas décadas, el objetivo del movimiento feminista ha sido
hacerse con el dinero y otros privilegios tradicionalmente acaparados por los
hombres, a cambio de cosas menos fáciles de cuantificar como, por ejemplo,
«el derecho a llorar en público».
O, por lo menos, así es como lo han explicado algunos.

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<strong>la</strong> pob<strong>la</strong>ción de Estados Unidos acumu<strong>la</strong> <strong>la</strong> cuarta parte de los ingresos<br />

tota<strong>le</strong>s.[16] De un sistema en el que <strong>la</strong>s familias acomodadas de Hong Kong,<br />

Palm Springs y Budapest recurren, para limpiar sus casas y cuidar de sus<br />

hijos, a emp<strong>le</strong>adas domésticas y niñeras que viven en los suburbios.<br />

El mundo actual tiene prob<strong>le</strong>mas económicos de un ca<strong>la</strong>do que Keynes<br />

nunca habría podido imaginarse. Los pobres se mueren de desnutrición en el<br />

Sur, pero de obesidad en Occidente. Un estado rico como California gasta<br />

más dinero en prisiones que en universidades.[17] Los padres trabajan tanto, a<br />

fin de poder comprar cosas para su familia, que no tienen tiempo de estar con<br />

el<strong>la</strong>. A <strong>la</strong> mayoría nos preocupa l<strong>le</strong>gar a fin de mes; incluso a <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se media.<br />

Al mismo tiempo, se fantasea con un mundo de consumo ilimitado y de<br />

exclusión social, un mundo del que disfruta una pequeña élite mundial. La<br />

vida de los miembros de esta élite es <strong>la</strong> que se presenta como un ideal. No los<br />

lirios de Keynes. El famoso economista creía que, cuando fuéramos ricos,<br />

íbamos a trabajar menos y a consumir menos también.<br />

¡Qué equivocado estaba!<br />

El 12 de diciembre de 1991, Lawrence Summers (por entonces economista<br />

jefe del Banco Mundial, mucho tiempo antes de l<strong>le</strong>gar a ser secretario del<br />

Tesoro durante <strong>la</strong> presidencia de Bill Clinton, el rector de Harvard o el<br />

principal asesor económico de Barack Obama) firmó un informe interno que<br />

fue remitido a cuatro personas.<br />

«Entre nosotros —escribía Summers—, ¿no debería el Banco Mundial<br />

a<strong>le</strong>ntar a <strong>la</strong>s industrias contaminantes a tras<strong>la</strong>darse a los países en<br />

desarrollo?» Y continuaba: «Siempre he pensado que los países menos<br />

pob<strong>la</strong>dos de África están en gran medida poco contaminados [...] Creo que <strong>la</strong><br />

lógica económica que subyace al vertido de cierto volumen de residuos<br />

tóxicos en el país de sa<strong>la</strong>rios más bajos es impecab<strong>le</strong>, y debemos hacernos

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