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_Quien le hacia la cena a Adam - Katrine Marcal

El feminismo y la economía siempre han tenido mucho que ver. Virginia Woolf quería una habitación propia, y eso cuesta dinero. A finales del siglo XIX y principios del XX, las mujeres se unieron para exigir el derecho a la propiedad privada y a la herencia, el derecho de libre creación de empresas, el derecho a pedir préstamos, el derecho al trabajo, la igualdad salarial y, en definitiva, la posibilidad de mantenerse a sí mismas, de manera que no tuvieran que casarse por dinero, sino que pudieran, en su lugar, hacerlo por amor. El feminismo sigue guardando una estrecha relación con la economía. Durante las últimas décadas, el objetivo del movimiento feminista ha sido hacerse con el dinero y otros privilegios tradicionalmente acaparados por los hombres, a cambio de cosas menos fáciles de cuantificar como, por ejemplo, «el derecho a llorar en público». O, por lo menos, así es como lo han explicado algunos.

El feminismo y la economía siempre han tenido mucho que ver. Virginia
Woolf quería una habitación propia, y eso cuesta dinero.
A finales del siglo XIX y principios del XX, las mujeres se unieron para
exigir el derecho a la propiedad privada y a la herencia, el derecho de libre
creación de empresas, el derecho a pedir préstamos, el derecho al trabajo, la
igualdad salarial y, en definitiva, la posibilidad de mantenerse a sí mismas, de
manera que no tuvieran que casarse por dinero, sino que pudieran, en su
lugar, hacerlo por amor.
El feminismo sigue guardando una estrecha relación con la economía.
Durante las últimas décadas, el objetivo del movimiento feminista ha sido
hacerse con el dinero y otros privilegios tradicionalmente acaparados por los
hombres, a cambio de cosas menos fáciles de cuantificar como, por ejemplo,
«el derecho a llorar en público».
O, por lo menos, así es como lo han explicado algunos.

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algún tipo de incentivo para dejar de comportarse de esa manera.<br />

Tiene que ser algo que sea lo suficientemente valioso para él como para<br />

que <strong>le</strong> disuada de ponerse como se pone.<br />

Jen crea un sistema de incentivos. Si Howard es capaz de contro<strong>la</strong>rse y no<br />

montar en có<strong>le</strong>ra durante tres noches seguidas, entonces el<strong>la</strong> accederá a<br />

acostarse con él. Efectivamente: Howard deja enseguida de ponerse histérico.<br />

Una prueba de que el intercambio basado en principios económicos funciona,<br />

gorjean Szuchman y Anderson.<br />

De vuelta a <strong>la</strong> década de los cincuenta, podrían pensar otros.<br />

El negocio del matrimonio no dice nada, en cambio, de que lo que ha<br />

hecho en realidad Jen ha sido cambiar los fundamentos de su vida conyugal.<br />

Al introducir los incentivos económicos, ha acabado al mismo tiempo con <strong>la</strong><br />

sexualidad adulta de su re<strong>la</strong>ción de pareja.<br />

La sexualidad ha dejado de ser un ámbito para el juego, una invitación a<br />

estar con <strong>la</strong> otra persona, para convertirse en un sistema de recompensas.<br />

Howard ha pasado de ser un hombre a encarnar una especie de extraño niño<br />

adulto que ha de ser alimentado de sexo para que deje de llorar. Y el cuerpo<br />

de Jen ha dejado de ser una parte de el<strong>la</strong>. Se ha convertido en un instrumento,<br />

algo que utiliza para mantener feliz a su hombre.<br />

Es una vieja historia; no importa de cuántas ecuaciones económicas<br />

queramos disfrazar<strong>la</strong>.<br />

El prob<strong>le</strong>ma de los incentivos económicos es que no son tan simp<strong>le</strong>s como<br />

pensábamos.<br />

Hace apenas un siglo, en Hanoi estalló una epidemia de peste bubónica. Para<br />

contrarrestar <strong>la</strong> propagación de <strong>la</strong> enfermedad, se contrató a cazadores de<br />

ratas municipa<strong>le</strong>s, a los que se <strong>le</strong>s encargó matar a los roedores,<br />

especialmente aquellos que pob<strong>la</strong>ban el alcantaril<strong>la</strong>do; en poco tiempo, se

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