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_Quien le hacia la cena a Adam - Katrine Marcal

El feminismo y la economía siempre han tenido mucho que ver. Virginia Woolf quería una habitación propia, y eso cuesta dinero. A finales del siglo XIX y principios del XX, las mujeres se unieron para exigir el derecho a la propiedad privada y a la herencia, el derecho de libre creación de empresas, el derecho a pedir préstamos, el derecho al trabajo, la igualdad salarial y, en definitiva, la posibilidad de mantenerse a sí mismas, de manera que no tuvieran que casarse por dinero, sino que pudieran, en su lugar, hacerlo por amor. El feminismo sigue guardando una estrecha relación con la economía. Durante las últimas décadas, el objetivo del movimiento feminista ha sido hacerse con el dinero y otros privilegios tradicionalmente acaparados por los hombres, a cambio de cosas menos fáciles de cuantificar como, por ejemplo, «el derecho a llorar en público». O, por lo menos, así es como lo han explicado algunos.

El feminismo y la economía siempre han tenido mucho que ver. Virginia
Woolf quería una habitación propia, y eso cuesta dinero.
A finales del siglo XIX y principios del XX, las mujeres se unieron para
exigir el derecho a la propiedad privada y a la herencia, el derecho de libre
creación de empresas, el derecho a pedir préstamos, el derecho al trabajo, la
igualdad salarial y, en definitiva, la posibilidad de mantenerse a sí mismas, de
manera que no tuvieran que casarse por dinero, sino que pudieran, en su
lugar, hacerlo por amor.
El feminismo sigue guardando una estrecha relación con la economía.
Durante las últimas décadas, el objetivo del movimiento feminista ha sido
hacerse con el dinero y otros privilegios tradicionalmente acaparados por los
hombres, a cambio de cosas menos fáciles de cuantificar como, por ejemplo,
«el derecho a llorar en público».
O, por lo menos, así es como lo han explicado algunos.

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perfecto para ref<strong>le</strong>xionar acerca de cómo los seres humanos actuarían si no<br />

estuvieran inmersos en un determinado entorno. La mayoría de los modelos<br />

económicos estándar se dedican a hacer precisamente eso. «Ceteris paribus»,<br />

salmodian en <strong>la</strong>tín los profesores de economía; es decir, «siendo <strong>la</strong>s demás<br />

cosas igual», o «permaneciendo el resto constante».[5] Es necesario ais<strong>la</strong>r una<br />

so<strong>la</strong> variab<strong>le</strong> dentro de un modelo económico que abarca variab<strong>le</strong>s múltip<strong>le</strong>s.<br />

De lo contrario no sirve de nada. Los economistas más avezados siempre han<br />

sido conscientes de los prob<strong>le</strong>mas que p<strong>la</strong>ntea este enfoque, a pesar de lo cual<br />

este continúa definiendo <strong>la</strong>s bases de lo que significa «pensar como un<br />

economista». Hay que simplificar el mundo para poder hacer predicciones<br />

acerca del mismo; y, siguiendo <strong>la</strong> este<strong>la</strong> de <strong>Adam</strong> Smith, se ha optado por<br />

simplificarlo exactamente de esa manera.<br />

En <strong>la</strong> nove<strong>la</strong>, Robinson Crusoe crea con rapidez un sistema económico.<br />

Realiza intercambios comercia<strong>le</strong>s a pesar de que no hay dinero en <strong>la</strong> is<strong>la</strong>; <strong>la</strong>s<br />

mercancías adquieren su valor en función de <strong>la</strong> demanda.<br />

El principio de que el valor de cambio viene determinado por <strong>la</strong> demanda<br />

sue<strong>le</strong> explicarse recurriendo a otra historia, también de náufragos.<br />

Imaginemos dos hombres en una is<strong>la</strong> desierta; uno tiene un saco de arroz y<br />

el otro, doscientas pulseras de oro. En tierra firme, habría bastado una so<strong>la</strong> de<br />

esas pulseras para comprar el saco de arroz, pero estamos en una is<strong>la</strong> desierta,<br />

donde el valor de <strong>la</strong>s mercancías cambia.<br />

El dueño del saco de arroz podría perfectamente exigir todas <strong>la</strong>s pulseras a<br />

cambio de una so<strong>la</strong> ración. Podría incluso negarse en redondo a cualquier tipo<br />

de intercambio. Porque ¿qué va a hacer con una pulsera de oro en una is<strong>la</strong><br />

desierta? A los economistas <strong>le</strong>s encanta contar este tipo de historias, con <strong>la</strong>s<br />

que creen haber descubierto algo increíb<strong>le</strong>mente profundo acerca del<br />

comportamiento del ser humano.<br />

Sus modelos estándar casi nunca se p<strong>la</strong>ntean que, a lo mejor, dos náufragos

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