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_Quien le hacia la cena a Adam - Katrine Marcal

El feminismo y la economía siempre han tenido mucho que ver. Virginia Woolf quería una habitación propia, y eso cuesta dinero. A finales del siglo XIX y principios del XX, las mujeres se unieron para exigir el derecho a la propiedad privada y a la herencia, el derecho de libre creación de empresas, el derecho a pedir préstamos, el derecho al trabajo, la igualdad salarial y, en definitiva, la posibilidad de mantenerse a sí mismas, de manera que no tuvieran que casarse por dinero, sino que pudieran, en su lugar, hacerlo por amor. El feminismo sigue guardando una estrecha relación con la economía. Durante las últimas décadas, el objetivo del movimiento feminista ha sido hacerse con el dinero y otros privilegios tradicionalmente acaparados por los hombres, a cambio de cosas menos fáciles de cuantificar como, por ejemplo, «el derecho a llorar en público». O, por lo menos, así es como lo han explicado algunos.

El feminismo y la economía siempre han tenido mucho que ver. Virginia
Woolf quería una habitación propia, y eso cuesta dinero.
A finales del siglo XIX y principios del XX, las mujeres se unieron para
exigir el derecho a la propiedad privada y a la herencia, el derecho de libre
creación de empresas, el derecho a pedir préstamos, el derecho al trabajo, la
igualdad salarial y, en definitiva, la posibilidad de mantenerse a sí mismas, de
manera que no tuvieran que casarse por dinero, sino que pudieran, en su
lugar, hacerlo por amor.
El feminismo sigue guardando una estrecha relación con la economía.
Durante las últimas décadas, el objetivo del movimiento feminista ha sido
hacerse con el dinero y otros privilegios tradicionalmente acaparados por los
hombres, a cambio de cosas menos fáciles de cuantificar como, por ejemplo,
«el derecho a llorar en público».
O, por lo menos, así es como lo han explicado algunos.

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La nación número dos eligió una estrategia diferente. Esta sociedad decidió<br />

que todos sus hombres jóvenes ocuparan <strong>la</strong> vanguardia de <strong>la</strong> carrera y <strong>le</strong>s dijo<br />

a <strong>la</strong>s mujeres que ocuparan <strong>la</strong> retaguardia. Las mujeres debían l<strong>le</strong>var a los<br />

niños y ocuparse de los más ancianos. Esto dio lugar a que los hombres<br />

pudieran correr increíb<strong>le</strong>mente rápido. Las mujeres <strong>le</strong>s seguían de cerca y <strong>le</strong>s<br />

ayudaban cuando se sentían cansados. Al principio, parecía un sistema<br />

exce<strong>le</strong>nte. Pero pronto estalló el conflicto. Las mujeres sentían que sus<br />

esfuerzos eran, al menos, tan importantes como los de los hombres. Si no<br />

hubieran tenido que encargarse de los niños, podrían haber corrido igual de<br />

rápido, argumentaban. Los hombres rechazaron su punto de vista, y lo que<br />

por un tiempo había parecido una estrategia ganadora fue perdiendo fuel<strong>le</strong>.<br />

Toda <strong>la</strong> energía se fue agotando en conflictos, negociaciones y pe<strong>le</strong>as.<br />

Entonces, el foco de atención de <strong>la</strong> carrera se desp<strong>la</strong>zó <strong>hacia</strong> <strong>la</strong> nación<br />

número tres, que se había ido moviendo re<strong>la</strong>tivamente despacio. Sin<br />

embargo, cuando <strong>la</strong>s diosas se fijaron en el<strong>la</strong> vieron que avanzaba a un ritmo<br />

mucho más regu<strong>la</strong>r que <strong>la</strong>s otras. Sus miembros habían tomado <strong>la</strong> decisión de<br />

correr juntos cuidando entre todos de los menos capaces. Hombres y mujeres<br />

iban alternándose a <strong>la</strong> cabeza del grupo, y entre ambos se iban turnando para<br />

ocuparse de los niños y los enfermos. Se valoraban tanto <strong>la</strong> velocidad como<br />

el trabajo en equipo, y esta responsabilidad compartida fue creando una<br />

solidaridad entre <strong>la</strong> gente que cohesionaba al grupo. Obviamente, esta nación<br />

fue <strong>la</strong> que ganó <strong>la</strong> competición. Es una historia con un final feliz.<br />

Cada sociedad debe, de alguna manera, crear una estructura para que <strong>la</strong> gente<br />

pueda cuidarse mutuamente; de lo contrario, ni <strong>la</strong> economía ni ninguna otra<br />

cosa funcionará. «¿Cómo l<strong>le</strong>gamos a tener nuestra comida en <strong>la</strong> mesa?» es <strong>la</strong><br />

pregunta fundamental en economía. Y, a pesar de que el mismo <strong>Adam</strong> Smith<br />

escribió que <strong>la</strong> respuesta reside en el interés propio, a <strong>la</strong> hora de <strong>la</strong> verdad era

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