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_Quien le hacia la cena a Adam - Katrine Marcal

El feminismo y la economía siempre han tenido mucho que ver. Virginia Woolf quería una habitación propia, y eso cuesta dinero. A finales del siglo XIX y principios del XX, las mujeres se unieron para exigir el derecho a la propiedad privada y a la herencia, el derecho de libre creación de empresas, el derecho a pedir préstamos, el derecho al trabajo, la igualdad salarial y, en definitiva, la posibilidad de mantenerse a sí mismas, de manera que no tuvieran que casarse por dinero, sino que pudieran, en su lugar, hacerlo por amor. El feminismo sigue guardando una estrecha relación con la economía. Durante las últimas décadas, el objetivo del movimiento feminista ha sido hacerse con el dinero y otros privilegios tradicionalmente acaparados por los hombres, a cambio de cosas menos fáciles de cuantificar como, por ejemplo, «el derecho a llorar en público». O, por lo menos, así es como lo han explicado algunos.

El feminismo y la economía siempre han tenido mucho que ver. Virginia
Woolf quería una habitación propia, y eso cuesta dinero.
A finales del siglo XIX y principios del XX, las mujeres se unieron para
exigir el derecho a la propiedad privada y a la herencia, el derecho de libre
creación de empresas, el derecho a pedir préstamos, el derecho al trabajo, la
igualdad salarial y, en definitiva, la posibilidad de mantenerse a sí mismas, de
manera que no tuvieran que casarse por dinero, sino que pudieran, en su
lugar, hacerlo por amor.
El feminismo sigue guardando una estrecha relación con la economía.
Durante las últimas décadas, el objetivo del movimiento feminista ha sido
hacerse con el dinero y otros privilegios tradicionalmente acaparados por los
hombres, a cambio de cosas menos fáciles de cuantificar como, por ejemplo,
«el derecho a llorar en público».
O, por lo menos, así es como lo han explicado algunos.

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En el que constatamos que un útero no es una cápsu<strong>la</strong><br />

espacial<br />

En 1965, el fotógrafo sueco Lennart Nilsson publicó su revolucionaria<br />

co<strong>le</strong>cción de imágenes de fetos. Primero en <strong>la</strong> revista Life y luego en el libro<br />

Un niño va a nacer. Nilsson había estado investigando con microscopios de<br />

e<strong>le</strong>ctrones desde 1953, y <strong>la</strong> realización del proyecto <strong>le</strong> l<strong>le</strong>vó casi doce años.<br />

El número de <strong>la</strong> revista Life del 30 de abril de 1965 cogió por sorpresa al<br />

mundo entero y vendió ocho millones de ejemp<strong>la</strong>res solo en los primeros<br />

cuatro días.<br />

El feto se encuentra flotando a su antojo dentro de una especie de globo de<br />

agua, encogido, con una gran cabeza y unos brazos en forma de a<strong>le</strong>ta. Así es<br />

como nos hemos acostumbrado a ver retratado el comienzo de nuestra<br />

existencia. Un bebé flotante, como un astronauta ais<strong>la</strong>do en mitad del<br />

universo, con solo el cordón umbilical conectándolo con el mundo existente a<br />

su alrededor. La madre no existe. Se ha convertido en un vacío; el ya<br />

autónomo y diminuto héroe espacial vue<strong>la</strong> <strong>hacia</strong> de<strong>la</strong>nte. La matriz no es más<br />

que un receptáculo.<br />

Sin embargo, nadie puede separarse del lugar desde el cual se origina <strong>la</strong><br />

mirada. Se supone que <strong>la</strong> <strong>le</strong>nte de <strong>la</strong> cámara es objetiva. No obstante, <strong>la</strong>s<br />

fotografías de Lennart Nilsson son un retrato, no una representación precisa<br />

del mundo. Lo que vemos, extremadamente amplificado y dramáticamente

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