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_Quien le hacia la cena a Adam - Katrine Marcal

El feminismo y la economía siempre han tenido mucho que ver. Virginia Woolf quería una habitación propia, y eso cuesta dinero. A finales del siglo XIX y principios del XX, las mujeres se unieron para exigir el derecho a la propiedad privada y a la herencia, el derecho de libre creación de empresas, el derecho a pedir préstamos, el derecho al trabajo, la igualdad salarial y, en definitiva, la posibilidad de mantenerse a sí mismas, de manera que no tuvieran que casarse por dinero, sino que pudieran, en su lugar, hacerlo por amor. El feminismo sigue guardando una estrecha relación con la economía. Durante las últimas décadas, el objetivo del movimiento feminista ha sido hacerse con el dinero y otros privilegios tradicionalmente acaparados por los hombres, a cambio de cosas menos fáciles de cuantificar como, por ejemplo, «el derecho a llorar en público». O, por lo menos, así es como lo han explicado algunos.

El feminismo y la economía siempre han tenido mucho que ver. Virginia
Woolf quería una habitación propia, y eso cuesta dinero.
A finales del siglo XIX y principios del XX, las mujeres se unieron para
exigir el derecho a la propiedad privada y a la herencia, el derecho de libre
creación de empresas, el derecho a pedir préstamos, el derecho al trabajo, la
igualdad salarial y, en definitiva, la posibilidad de mantenerse a sí mismas, de
manera que no tuvieran que casarse por dinero, sino que pudieran, en su
lugar, hacerlo por amor.
El feminismo sigue guardando una estrecha relación con la economía.
Durante las últimas décadas, el objetivo del movimiento feminista ha sido
hacerse con el dinero y otros privilegios tradicionalmente acaparados por los
hombres, a cambio de cosas menos fáciles de cuantificar como, por ejemplo,
«el derecho a llorar en público».
O, por lo menos, así es como lo han explicado algunos.

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él. Cuando se <strong>le</strong> preguntó por esa e<strong>le</strong>vada concentración, «estadísticamente<br />

improbab<strong>le</strong>», afirmó que se trataba de «<strong>la</strong> confluencia de algunos factores<br />

cultura<strong>le</strong>s que no podía precisar: una presión externa sobre toda <strong>la</strong> sociedad<br />

de esa zona de Europa central, unos individuos presa de una sensación<br />

inconsciente de gran inseguridad y <strong>la</strong> necesidad de crear algo inusual o, de lo<br />

contrario, enfrentarse a <strong>la</strong> extinción».[2] Esa primavera se encargó de<br />

supervisar los cálculos para el comité: «La magnitud de <strong>la</strong> explosión, los<br />

daños esperados y <strong>la</strong> distancia a <strong>la</strong> que <strong>la</strong> bomba podría resultar <strong>le</strong>tal».[3]<br />

La primera e<strong>le</strong>cción recayó en Kioto. Pero el secretario de Guerra, Henry<br />

Stimson, se opuso; <strong>la</strong> importancia cultural e histórica de <strong>la</strong> ciudad <strong>la</strong><br />

convertía en un objetivo «demasiado civil». En su lugar, <strong>la</strong> bomba fue<br />

<strong>la</strong>nzada, desde seiscientos metros de altitud, sobre Hiroshima a <strong>la</strong>s 8.10, hora<br />

local; <strong>la</strong> l<strong>la</strong>maron Litt<strong>le</strong> Boy («niño pequeño»). La temperatura de cinco mil<br />

grados derritió <strong>la</strong>s casas, el viento destrozó puentes y derribó edificios. Mi<strong>le</strong>s<br />

de personas en l<strong>la</strong>mas, con <strong>la</strong> piel desgarrada a tiras, se arrojaron gritando al<br />

río Ota, donde se ahogaron en pi<strong>la</strong>s de cadáveres irreconocib<strong>le</strong>s. Y luego vino<br />

<strong>la</strong> lluvia radiactiva. Los que sobrevivieron al fuego murieron a causa de el<strong>la</strong>.<br />

En los siguientes meses, <strong>la</strong> muerte se extendió en círculos cada vez más<br />

amplios. Como manchas en <strong>la</strong> piel creciendo a toda velocidad.<br />

Unos días más tarde, se <strong>la</strong>nzó una segunda bomba sobre Nagasaki.<br />

La Segunda Guerra Mundial terminó y el mundo entró en <strong>la</strong> Guerra Fría. La<br />

teoría de juegos de John von Neumann fue absorbida por el espíritu de <strong>la</strong><br />

época. O acaso fue al revés. La historia <strong>le</strong> venía como anillo al dedo al clima<br />

político de entonces. El hombre económico se puso <strong>la</strong> gabardina de espía y se<br />

coló en el enfrentamiento entre el bloque occidental y el bloque del Este. La<br />

vida o <strong>la</strong> muerte del p<strong>la</strong>neta parecía depender del siguiente movimiento de<br />

ajedrez entre Estados Unidos y <strong>la</strong> Unión Soviética. Todo esto era antes de

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