El Teide, una mirada histórica, de Eustaquio Villalba - ATAN
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<strong>de</strong>nomina con un topónimo específico: "A la vista <strong>de</strong> éstas está Ninguaria, cubierta <strong>de</strong><br />
nubes, que ha recibido este nombre por su nieve perpetua". La amplia difusión que<br />
alcanzó la Historia Natural <strong>de</strong> Plinio durante la Antigüedad tardía y el medioevo, y los<br />
problemas propios <strong>de</strong> la transmisión <strong>de</strong> los textos clásicos, dio lugar, <strong>de</strong> la misma manera<br />
que sucedió con los topónimos <strong>de</strong> otros lugares mencionados en ella, a la aparición <strong>de</strong><br />
variantes toponímicas que, como suce<strong>de</strong> en este caso, consiguieron <strong>una</strong> amplia difusión e<br />
incluso llegaron a <strong>de</strong>splazar al original, como suce<strong>de</strong> con el término Nivaria, introducido<br />
por Solino, un autor <strong>de</strong>l siglo III d.C. <strong>de</strong> amplia difusión durante el medioevo: "Sigue<br />
Nivaria con el aire nublado y con<strong>de</strong>nsado y, a<strong>de</strong>más siempre con nieve". Sin embargo, las<br />
alteraciones <strong>de</strong> la toponimia pliniana comienzan con Tolomeo, geógrafo <strong>de</strong>l siglo II d.C.,<br />
quien <strong>de</strong>nomina a Tenerife como Pintou(a)ría, Kentouría o Ningouaria, <strong>de</strong>pendiendo <strong>de</strong> los<br />
autores que lo traduzcan. En cualquier caso, hay que <strong>de</strong>stacar que el nombre que Plinio<br />
utiliza para <strong>de</strong>nominar a la isla <strong>de</strong> Tenerife se <strong>de</strong>be, como él mismo señala, a la existencia<br />
<strong>de</strong> las nieves que el <strong>Tei<strong>de</strong></strong> acumula en su cima, y no por ning<strong>una</strong> otra característica o<br />
propiedad <strong>de</strong>l medio insular. Así pues, <strong>El</strong> <strong>Tei<strong>de</strong></strong> se revela como el rasgo característico que<br />
se utilizó durante la Antigüedad para i<strong>de</strong>ntificar y <strong>de</strong>nominar a la isla.<br />
FIGURA 4. Ruta norte a las Islas Canarias. (Santana et alt.)<br />
LA MIRADA PERDIDA<br />
Durante el medioevo europeo, el conocimiento <strong>de</strong>l Archipiélago se limitó, en esencia, a la<br />
información transmitida por Plinio y que fue objeto <strong>de</strong> múltiples copias y resúmenes a lo<br />
largo <strong>de</strong> los siglos. La crisis <strong>de</strong>l Imperio a partir <strong>de</strong>l siglo III d.C. arruinó el comercio y<br />
<strong>de</strong>sarticuló el vasto mercado imperial, sobre todo la periferia, como era el caso <strong>de</strong> las<br />
Canarias. Las variantes <strong>de</strong>l término que se aplica para <strong>de</strong>nominar a la isla <strong>de</strong> Tenerife se<br />
amplían con la introducción <strong>de</strong> <strong>de</strong>nominaciones tales como Pintuaria, Vinaria o Nincaria,<br />
entre otras.<br />
En el siglo VI las Islas Afort<strong>una</strong>das aparecen en las Etimologías <strong>de</strong> Isidoro <strong>de</strong> Sevilla,<br />
y, en su corta <strong>de</strong>scripción, no hay nada que podamos relacionar con el <strong>Tei<strong>de</strong></strong>. <strong>El</strong> único<br />
dato verosímil que aporta es su localización: “Están situadas en el océano, enfrente y a<br />
la izquierda <strong>de</strong> Mauritania, cercanas al occi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la misma, separadas entre por el<br />
mar que las circunda”. La cartografía clásica se reconoce en los mapas en T dibujados<br />
por los monjes en los monasterios europeos. Pero los monjes no pretendían representar<br />
<strong>una</strong> realidad espacial que <strong>de</strong>sconocían, el lenguaje era religioso no geográfico, por lo<br />
que la realidad no podía estar en contradicción con el relato bíblico. En los siglos<br />
medievales las leyendas sustituyeron a la observación, como la que tiene como<br />
protagonista a Barandano, el santo que encontró a Las Afort<strong>una</strong>das en sus fantásticos<br />
viajes.<br />
FIGURA 5. Detalle <strong>de</strong>l mapamundi <strong>de</strong> Hereford (1290) Mapa en T en el que aparecen<br />
las Islas Afort<strong>una</strong>das.<br />
LOS NAVEGANTES ÁRABES<br />
La irrupción <strong>de</strong> la cultura islámica en occi<strong>de</strong>nte, y con ella <strong>de</strong> la tradición cultural helénica,<br />
incluyendo las técnicas <strong>de</strong> navegación y el interés por el conocimiento científico en general<br />
reavivan la curiosidad por el conocimiento geográfico. Los árabes eran el único pueblo<br />
que llegó a navegar por el Mediterráneo y por el Índico simultáneamente. Es lógico que<br />
sus navegantes conocieran el archipiélago, pero su probable conocimiento no implica