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— Habla más bajo, sino <strong>de</strong>spertarás el nené. ¿Dón<strong>de</strong> encontraste este perrito?<br />
— En los escalones <strong>de</strong> la escalera, mamá. Y él ahora es mío. ¿Quién encuentra es el<br />
dueño, no es así?<br />
Doña Esther no le respondió <strong>de</strong> inmediato. Se inclinó y alisó el pelo <strong>de</strong>l animalito.<br />
Después le dijo:<br />
— Él es muy lindo y mansito. ¿Pero, viste? Él tiene collar y en él esta escrito un<br />
nombre.<br />
Renato se agachó y leyó:<br />
— Mascota.<br />
Y haciéndole gracia al perrito, gritaba feliz:<br />
— ¡Mascota, mi perrito ya tiene nombre! ¡Qué bueno! ¡Él se llama Mascota!<br />
La mamá se puso seria. Miró al hijo y le dijo:<br />
— ¡Me imagino lo triste que <strong>de</strong>be estar el niño que perdió este perrito!<br />
Renato <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> saltar. Y, medio preocupado, dijo enseguida:<br />
— ¡Pero ahora él es mío! Él vino para nuestra casa. ¡Mascota es mío!<br />
Doña Esther como si no lo hubiese oído, volvió a <strong>de</strong>cir:<br />
— Quién perdió ese perrito <strong>de</strong>be estar triste y tal vez llorando mucho a estas horas. Él<br />
es tan lindo y bien tratado. Tiene un collar nuevo. Debe ser muy querido. ¿Qué sentirías tú si<br />
lo hubieses perdido?<br />
Y diciendo eso, doña Esther se dirigió para la cocina.<br />
Renato se quedó solo. Las palabras <strong>de</strong> su mamá lo hicieron pensar. No tenía más <strong>de</strong>seo<br />
<strong>de</strong> brincar, <strong>de</strong> saltar. Tenía <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> llorar, los ojos se les llenaron <strong>de</strong> lágrimas.<br />
Se inclinó entonces, alisó la cabeza <strong>de</strong>l perrito por unos instantes para no llorar, le dijo<br />
bajito:<br />
— Mamá tiene razón. Yo estaría triste, muy triste, si hubiese perdido un bello perrito<br />
como tú. Tenemos que encontrar tu dueño.<br />
Renato suspiró profundamente, miró nuevamente para Mascota y tomó una <strong>de</strong>cisión:<br />
cuidaría bien <strong>de</strong>l perrito, pero haría todo lo posible para encontrar su dueño.<br />
Pasaron algunos días y durante ese tiempo el niño le preguntó a todos los conocidos, a<br />
los vecinos, a los amigos, a los compañeritos, si conocían a Mascota, si sabían a quién<br />
pertenecía el perrito perdido.<br />
¡Y nada! La mamá puso un aviso en el periódico, pero hasta aquel día nadie había<br />
reclamado el lindo animalito.<br />
Una tar<strong>de</strong>, estaba Renato jugando con Mascota, cuando escuchó que tocaban a la<br />
puerta.<br />
— ¿Señora, es usted la que tiene un perrito perdido?<br />
Renato corrió. El perrito también corrió, acompañando el nuevo amigo.<br />
— ¡Mascota! — gritó una vocecita <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la puerta. — ¡Mascota! ¡Aquí, querido, aquí!<br />
Y una linda niña extendía los brazos hacia el perrito perdido.<br />
Macota, ladrando alegremente y sacudiendo la cola, saltó hacia los brazos <strong>de</strong> la niña.<br />
Doña Esther sonreía, el papá <strong>de</strong> la niña sonreía. ¿Y Renato? ¡Renato tenía lágrimas en<br />
los ojos, pero también sonreía!<br />
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