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¡Así, cada uno adquirió un vaso de leche calientito y espumoso que hacía estallar la lengua,
de tan sabroso!
En eso, se escuchó un ruido allá fuera. Todos corrieron para ver lo que era.
— ¡Tío Ricardo! — le gritó José a un señor que venía de frente, montado en un gran
caballo negro.
Miguel y Mauricio más que rápido se montaron junto con el padre y halaron el primo
por un brazo. Tío Ricardo dio una gran vuelta con los tres en las ancas del caballo. Después
los muchachos bajaron y les tocó el turno a Tamara, Maritza y Miriam que fue en los brazos
de su papá. José, que nunca antes había montado a caballo, quedó entusiasmado y quería
montar nuevamente, pero el tío le explicó que Minuano estaba cansado: ese día, había
trabajado mucho.
— ¿En que trabaja Minuano? — preguntó Tamara.
— Él lleva a papá para todos los lados, pues es fuerte y veloz — le respondió Mauricio,
acariciando el bello animal.
Luego venían llegando las carretas, haladas por bueyes, cargadas de maderas que las
habían cortado en el bosque.
— Ustedes están viendo — papá le mostró a Tamara y a José — ¿Cómo los bueyes
tienen fuerza?
— ¡Es verdad, cada carreta es halada por dos bueyes solamente! — José se admiraba
viendo que las carretas venían llenas.
Miguel y Mauricio le quitaron los arreos a Minuano y lo llevaron para el potrero*. José
fue con ellos, pues no quería perderse la oportunidad de conocerlo todo.
Al día siguiente, como estaba acordado, los niños se levantaron tempranito y fueron
para el campo, en la carreta con tío Ricardo.
Cuantas cosa lindas ellos vieron: mariposas, monitos, papagayos, flores y pájaros.
Vieron un río de fuertes corrientes que atravesaba el campo. Cerca de un árbol escucharon
alguna cosa que piaba, piaba... se aproximaron y vieron un nuevo pajarito, todavía casi sin
plumitas, que se había caído del nido.
— ¡Pobrecito! — dijo Maritza. — ¿Es como si nuestra Miriam se hubiese caído de la
cuna, no creen?
Entonces, Mauricio, con mucho cuidado, lo tomó en las manos, subió en el árbol y lo
colocó en el nido, mientras su mamita, afligida, volaba alrededor el hijito.
En eso se escuchó un grito horrible: Tamara, se había acercado al río, resbaló y cayó.
Los niños corrieron gritando y llorando, llamando a tío Ricardo que estaba cerca.
Entonces, vieron una cosa maravillosa: Lobo, como una flecha, se lanzó al río,
luchando valientemente contra la fuerte corriente. Y, cuando tío Ricardo llegó corriendo,
atraído por lo gritos, ya el gran y feo perro arrastraba la niña aterrorizada para la orilla del
río.
Tamara, cuando pasó el susto, todavía entre sollozos, acariciaba el perro echado a su
lado y le decía agradecida:
— Muchas gracias, Lobo, nunca te olvidaré. En verdad eres feo, pero eres un gran y fiel
amigo.
Fecha:
Evaluación de la Clase:
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* Lugar cercado, poco extenso, en los alrededores de una estancia, en el cual se
guardan los animales que se emplean para el trabajo cotidiano (Caballo de montería, vacas
lecheras, etc.)
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