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Desde lejos, el Maestro percibía lo que sucedía y miraba a los niños con profundo
cariño. Al final de sus predicaciones, los llamaba junto a Él y los bendecía.
Un día, Él estaba sentado debajo de un frondoso árbol, orando fervorosamente, cuando
escuchó una algazara. Eran niños que al divisarlo, se aproximaban felices para conversar
con Él. Alguien vio que ellos iban a interrumpir Su oración y les dijo:
— ¡Apártense, niños, no Lo perturben!
— ¡Oh! ¡No! — dijo Jesús amablemente. — Deje que los niñitos, vengan a mí, pues
ellos me gustan.
Jesús les extendió los brazos. Todos corrieron, alegremente hacia Él. Unos se sentaron
en sus rodillas, otros se apoyaron en sus hombros. Algunos Lo abrazaron, mientras los demás
sostenían Sus manos. Todos querían un poco de Su cariño y de Su amor.
El Maestro sonreía y les decía con ternura:
— Confíen en mí, que Yo estaré siempre con ustedes. Sean buenos y obedientes para
que puedan agradar a nuestro Padre que está en el cielo.
— Y, hoy — comenta tía Lucy —, donde Jesús se encuentre, con seguridad, mira los
niños de la Tierra y les extiende los brazos, como queriéndolos abrazar a todos y dice con
inmenso amor: “Dejad venid a mí los pequeñitos”
— Por eso, mis queridos, confíen en Jesús. Él los ama mucho, protege contra el mal a
todos los niños, y atiende a los pedidos que hacen en sus oraciones.
Después, ella invitó a Pedrito para que hiciera la oración final y él emocionado, dijo:
— Gracias, Jesús, por amarnos y ampararnos contra el mal. Ampare también a la
querida tía Lucy, para que ella pueda estar siempre entre nosotros, contándonos sus historias.
Así sea.
Observación: El evangelizador podrá utilizar las figuras y actividades del primario C, clase
6, para ilustrar mejor la clase.
Fecha:
Evaluación de la Clase:
83