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Un día la madrecita <strong>de</strong> los niños anunció la buena nueva: ¡iban a tener otro hijito!<br />

Miriam, la hermana mayor, saltaba <strong>de</strong> alegría. Decía:<br />

— ¡Qué bueno!<br />

Y al mismo tiempo pensaba: ¿Qué haremos si fuera varón? El rey <strong>de</strong> los egipcios<br />

<strong>de</strong>terminó que sólo <strong>de</strong>ben vivir las hembras, pues teme que nuestro pueblo crezca aún más y<br />

que lo venzamos. Ciertamente será una niña, Dios así lo permitirá.<br />

Sin embargo, nació un niño, pero tan lindo, tan bonito, que todos no se cansaban <strong>de</strong><br />

admirarlo. ¿Dios permitiría que el niño fuese tirado a las aguas <strong>de</strong>l río Nilo, como mandaba<br />

la ley egipcia?<br />

¿Qué hicieron, entonces, para evitar que los soldados <strong>de</strong>l rey vinieran a hacer cumplir<br />

la ley? Guardaron secreto, evitando el llanto <strong>de</strong>l nené y lograron mantenerlo escondido por<br />

algún tiempo, mientras tanto, oraban, pidiéndole al cielo que los inspirara sobre como salvar<br />

el niño.<br />

Cuando el niño ya tenía tres meses, la madrecita, bajo las bendiciones <strong>de</strong> Dios,<br />

confeccionó una cesta <strong>de</strong> mimbre, tapó las grietas con masilla, <strong>de</strong>jándola secar al sol. Todo<br />

listo, cierta mañana colocó el niño <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la cesta y lo <strong>de</strong>jó entre los mimbres, en las<br />

orillas <strong>de</strong>l río, quedando Miriam vigilando. Confiaba en que el Señor lo salvaría.<br />

Miriam vigilaba, cuando oyó pasos que se aproximaban y escondiéndose, vio que<br />

llegaban para el usual baño, la princesa, la hija <strong>de</strong>l rey malo y sus esclavas.<br />

Miriam vio la princesa pararse asustada. ¿Qué fue? ¡Ah! Ella había <strong>de</strong>scubierto la<br />

cesta, ¿Iría a ver lo que había <strong>de</strong>ntro? El corazón <strong>de</strong> Miriam latía aprisa, ¿qué ocurriría<br />

ahora con su hermanito? Pensaba.<br />

Las esclavas bajaron a coger la cesta para la princesa, que la abrió. Miriam oyó su<br />

hermanito llorar. ¡Se imaginan!<br />

Viendo el niño, la princesa exclamó:<br />

— ¡Es un niño <strong>de</strong> lo hebreos! ¿Cómo mi padre pue<strong>de</strong> ser tan cruel, a punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>struir<br />

un niño tan lindo como éste?<br />

Miriam pensaba:<br />

— A la princesa le gustó el niño... pero, ¿cómo podría <strong>de</strong>jarle <strong>de</strong> gustar?<br />

En este instante, con mucha confianza en Dios, Miriam salió <strong>de</strong> su escondite y,<br />

aproximándose a la princesa, le preguntó:<br />

—¿Quieres que llame un ama <strong>de</strong> las hebreas, que críe ese niño para ti?<br />

Y la princesa le respondió que fuera.<br />

Con el corazón rebosante <strong>de</strong> alegría, Miriam corrió a contarle a su mamá lo sucedido y<br />

a llamarla para que se encargara <strong>de</strong>l hijo.<br />

Tal vez la princesa <strong>de</strong>sconfiara <strong>de</strong> que Miriam hubiera ido a buscar la propia madre <strong>de</strong>l<br />

niño, pero Dios encargándose <strong>de</strong>l nené <strong>de</strong> modo tan maravilloso, no permitió que ella hallara<br />

mal en aquello.<br />

Llegando Miriam con la mamá, la princesa le dijo:<br />

— Llévate ese niño y críalo para mí; yo te daré tu salario.<br />

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