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— ¿Dón<strong>de</strong> está papá? — preguntaba Gabi, frecuentemente. — ¡Lo extraño tanto!...<br />
— No sé, mi hijo, no sé — respondía la mamá —, pero aún tengo la seguridad <strong>de</strong> que lo<br />
encontraremos.<br />
Pero, Gabi no se conformaba con la <strong>de</strong>mora. Sentía la falta <strong>de</strong> su compañero <strong>de</strong> juego,<br />
aquél que tantas veces lo ayudaba a hacer papalotes. No obstante, sufría callado, pues,<br />
inteligente y bondadoso, comprendía que sus lágrimas harían sufrir aún más a su querida<br />
mamá. Los días iban pasando, lentos y tristes para el pequeño Gabi.<br />
La guerra se prolongaba y también se prolongaba la estadía <strong>de</strong>l pueblo en la pequeña<br />
al<strong>de</strong>a.<br />
Gabi entró, entonces, a la escuela. Ya sabía leer y escribir pero, su mamá, quería que él<br />
aprendiera más. Por eso, allí estaba, ahora, en aquella escuelita, atento a las lecciones <strong>de</strong>l<br />
día.<br />
Próximo <strong>de</strong> la hora <strong>de</strong> la salida, al pasar por algunas aulas, notó una cosa extraña.<br />
Todos los alumnos estaban <strong>de</strong> pie, con los ojos cerrados, oyendo atentamente a la profesora,<br />
que también hablaba con los ojos cerrados. Gabi quedó intrigado. ¿Con quién hablaría<br />
aquella profesora? En el aula sólo estaban los alumnos y ella.<br />
A la hora <strong>de</strong> la salida, Gabi no se contuvo, se dirigió a uno <strong>de</strong> los niños <strong>de</strong> aquella aula<br />
y le preguntó curioso:<br />
— ¿Con quién hablaba tu profesora, mientras uste<strong>de</strong>s estaban <strong>de</strong> pie, con los ojos<br />
cerrados?<br />
El compañero sonrió, atento e informó:<br />
— Nuestra profesora hablaba con Dios, nuestro Padre. Ella hacía una oración y<br />
nosotros también.<br />
Gabi quedó pensativo, <strong>de</strong>spués le volvió a preguntar:<br />
— ¿Y Dios oye esas oraciones?<br />
— ¡Claro que sí! — respondió el otro, muy compenetrado.<br />
— ¿Y uste<strong>de</strong>s le hacen algún pedido a Él?<br />
— ¡Oh! Muchos... — fue la respuesta.<br />
Gabi permaneció algunos instantes en silencio, volviendo a preguntarle con gran<br />
interés:<br />
— ¿Dios siempre atien<strong>de</strong> los pedidos que le hacen?<br />
— ¡Oh, no! — le explicó el compañerito sonriendo — pues no siempre nosotros<br />
pedimos lo que es correcto y lo que merecemos, pero, Él que todo lo sabe, sólo nos da lo que<br />
es bueno para nosotros.<br />
Y diciendo eso, el niño se <strong>de</strong>spidió y se fue.<br />
Cuando Gabi llegó a su casa, su mamá todavía no había regresado <strong>de</strong>l trabajo. Muy<br />
cuidadoso guardó bien los libros y comenzó a cambiarse <strong>de</strong> ropa. Estaba serio, preocupado<br />
con lo que le dijo el compañero <strong>de</strong> la escuela.<br />
En esto pensó:<br />
— Si Dios oye a mis colegas, también me podrá oír.<br />
Entonces, aproximándose a la ventana y, mirando para el cielo que los últimos rayos <strong>de</strong><br />
sol lo teñían <strong>de</strong> un resplandor amarillento, murmuró con fervor:<br />
— Dios bueno, que oyes lo que te pi<strong>de</strong>n. Necesito tanto <strong>de</strong> mi papá, la alegría huyó <strong>de</strong><br />
nuestro hogar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que él se fue. ¡Permite, Señor, que él regrese junto a nosotros!<br />
Enseguida, lleno <strong>de</strong> recuerdos, procuró su papalote, el último que su papá le hizo y que<br />
lo guardaba con mucho cariño. ¡Qué lindo era! No se cansaba <strong>de</strong> mirarlo, aunque a su mamá<br />
no le gustara mucho, pues siempre terminaba llorando, llorando <strong>de</strong> nostalgia.<br />
Gabi examinaba, con cuidado, su papalote querido. Mientras lo miraba por todos<br />
lados, se recordó que el próximo domingo habría un concurso <strong>de</strong> papalotes y que su papá, si<br />
allí estuviera, haría que él se propusiera como candidato. Entonces, tomó una <strong>de</strong>cisión:<br />
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