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Y aproximándose, curiosa, verificó que los señores conversaban con Jesús, tan atentos
como si el niño fuera una persona grande. ¡Y cómo se admiraban de sus respuestas!
— ¡Qué inteligencia tiene ese niño! — decían algunos.
— ¿Cuántos años tienes? —le preguntaban otros.
— Doce años — respondió Jesús —, y hago todo para agradar el Padre que está en el
cielo.
— Se ve que es un niño inteligente. En mi vida nunca encontré un niño que, con tanta
seguridad, hablara de Dios, como tú lo haces — le dijo uno de los doctores.
Entonces, María, preocupada, llamó el hijo preguntándole:
— ¿Qué estás haciendo, Jesús?
— Mi madre — respondió el jovencito —, estoy tratando de las cosas de mi Padre que
está en el cielo.
Desde muy pequeño, con apenas 12 años, conversaba con los doctores en el templo y
les enseñaba muchas cosas sobre Dios y su ley de amor.
Jesús fue creciendo, creciendo, siempre hablando de:
— Nuestro Padre que está en el cielo.
Cuando ya era adulto, iba de un lugar para otro, a pie, enseñando a los hombres a que
se amaran y a practicar el bien.
Por donde Jesús pasaba, un gran número de personas lo acompañaba. Curaba los
enfermos de sus dolores terribles, hacía que los sordos oyeran, los ciegos vieran y los
paralíticos caminaran. Amaba a todos con el mismo cariño, con la misma delicadeza.
También enseñaba que todos son iguales delante del “Padre que está en el cielo”,
pobre o rico, blanco o negro, todos son hermanos porque son hijos de Dios. Nunca se
cansaba de recomendar:
Fecha:
— “Amaos unos a los otros” sean buenos, para que sean felices.
Evaluación de la Clase:
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