JAVIER TUSELL - Prisa Revistas
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GLOBALES, LOCALES Y PERDIDOS<br />
sus dimensiones, lo que puede ocurrir por<br />
error en la visión o por intención manifiesta.<br />
La discusión más frecuente es la que<br />
se desarrolla en el terreno del capitalismo,<br />
pese a que ésta sea una sola de las dimensiones<br />
de la globalización. Tal es el reproche<br />
que Giddens hace a Wallerstein, el de<br />
ver al capitalismo “como único responsable<br />
de las transformaciones modernas” 25 .<br />
Para Giddens, hay cuatro dimensiones de<br />
la mundialización: la economía capitalista<br />
mundial, el sistema de Estado nacional, el<br />
orden militar mundial y la división internacional<br />
del trabajo. La economía mundial<br />
está dominada por los mecanismos de<br />
la economía capitalista por el hecho de<br />
que los centros de poder en la economía<br />
mundial son estados capitalistas. La esencia<br />
de la eficacia de ese funcionamiento radica<br />
en la separación de lo político y lo<br />
económico, de modo que las grandes empresas<br />
transnacionales (que manejan presupuestos<br />
superiores a los de muchos Estados)<br />
regulan la actividad económica, influyendo<br />
en la política. Pero las empresas no<br />
disponen de poder militar en absoluto.<br />
Los “medios de violencia” se encuentran<br />
en manos del Estado. La globalización, como<br />
fase final de la modernidad avanzada o<br />
de la “alta modernidad”, necesita operar<br />
con Estados, de modo que las utopías integracionistas<br />
relativas a “ciudades globales”<br />
o a Estados unificados carecen de interés<br />
en la estructuración de las relaciones<br />
internacionales de este final de siglo.<br />
La pérdida relativa de poder por parte<br />
de los Estados tiene que ver con la viabilidad<br />
de ese esquema empresas-Estados y<br />
economía-política. Con un sistema de soberanías<br />
absolutas, las empresas transnacionales<br />
no encontrarían espacios abiertos<br />
para operar ni estabilidad operativa en los<br />
espacios que ya hubieran logrado abrir. No<br />
es necesario recordar de nuevo el apoyo<br />
eficiente de los Gobiernos a las empresas,<br />
de las que se hacen valedores y hasta vendedores.<br />
En relación con la pérdida de la<br />
capacidad de maniobra de los Gobiernos<br />
en el ámbito económico, los años recientes<br />
registran la pérdida objetiva de terreno del<br />
Estado frente al mercado 26 . La vivencia<br />
personal de Carlos Solchaga durante su<br />
25 Una síntesis de la teoría del “sistema-mundo”<br />
del profesor Immanuel Wallerstein, director<br />
del Fernand Braudel Center de Nueva York, se encuentra<br />
en el pequeño volumen El futuro de la civilización<br />
capitalista, prologado por Salvador Giner<br />
y epilogado por José Mª Tortosa, en Icaria-Antrazyt,<br />
Barcelona, 1997.<br />
26 Clive Crook, en “The future of the state”,<br />
artículo de presentación del estudio sobre la economía<br />
mundial de The Economist, 20-9-1997.<br />
larga peripecia al frente de la economía española<br />
(relatada en un libro 27 que es bastante<br />
más que un balance) es muy ilustrativa<br />
al respecto. Los Gobiernos, y no digamos<br />
los de los países intermedios o<br />
pequeños, no tienen prácticamente ninguna<br />
posibilidad de incidir en los ciclos económicos<br />
–¿alguna vez pudieron?–. Cabe<br />
discutir la validez universal y eterna del<br />
principio de soberanía de los Estados, cuyos<br />
ciudadanos, en algunas ocasiones, “eligen<br />
dictaduras cada cuatro años” o finalmente<br />
son liberados por la dinámica demoledora<br />
de la globalización. Pero no es<br />
justificable el determinismo absoluto: la<br />
economía nos viene dada desde fuera, nada<br />
podemos hacer para evitar sus designios.<br />
No sólo porque es injusto, sino porque,<br />
además, es falso, y ello sin necesidad<br />
de salirse del universo liberal. Pero ahí tenemos<br />
uno de los primeros grandes debates<br />
locales de la globalización, el de la contraposición<br />
de la soberanía de los Estados<br />
con la lógica de la eficacia económica y de<br />
sus exigencias supuestamente inapelables.<br />
Es justamente ese fatalismo dogmático<br />
la nota esencial de lo que los intelectuales<br />
franceses han denominado “pensamiento<br />
único” y los anglosajones TINA (“There Is<br />
No Alternative”, no hay alternativa), con<br />
mayor carga de confrontación sin duda en<br />
el primer caso que en el segundo, hasta el<br />
punto de que el “pensamiento único” se ha<br />
convertido en el hallazgo de adversario común<br />
para una izquierda ampliada que pervive<br />
como proyecto y meta en las cabezas y<br />
los corazones de tantos intelectuales mediterráneos.<br />
La enumeración de contenidos<br />
del pensamiento único no está escrita en<br />
ninguna parte, pero algunos han realizado<br />
una sistematización rigurosa 28 . Por resumir<br />
el contenido, se trata de la reducción<br />
del Estado al mínimo; del triunfo de la sociedad<br />
capitalista y liberal como base de la<br />
democracia misma; del mercado como<br />
mecanismo de solución de todo avatar y<br />
contradicción; de la no protección justificada<br />
como no motivación, etcétera. Es casi<br />
seguro que los adversarios del “pensamiento<br />
único” tenderán a ampliar y definir ese<br />
catálogo a la medida de sus necesidades<br />
ideológicas. Ahí radica buena parte del<br />
éxito de la fórmula y también el riesgo de<br />
su inutilidad analítica. Pero lo más destacado<br />
del pensamiento único no es tanto el<br />
abanico programático que propone, de tan<br />
libre aceptación como libre combate, sino<br />
el hecho de que se plantee como única so-<br />
27 Carlos Solchaga, El final de la edad dorada,<br />
Taurus, Madrid, 1997.<br />
lución posible. Ese fatalismo se impone<br />
desde una lógica de la eficacia que inventa<br />
un algoritmo infernal. Los países, como las<br />
empresas, como en definitiva las personas,<br />
han de actuar del modo óptimo (como el<br />
mejor de los escenarios creados por un<br />
contable), porque cualquier alternativa es<br />
perdedora y desastrosa para todos. Nadie<br />
reconocerá la paternidad de semejante<br />
comportamiento, pero las recomendaciones<br />
de los organismos internacionales, las<br />
grandes consultorías, los lobbies o los Gobiernos<br />
de las transnacionales han coincidido<br />
en sus determinaciones porque han<br />
aplicado la misma lógica.<br />
La tentación de contemplar ese fenómeno<br />
como si de un gran hermano orwelliano<br />
se tratara le quita la notable sofisticación<br />
de que dispone. Porque el hecho de<br />
idear varios escenarios posibles, como una<br />
paleta de colores o un test de respuestas<br />
cerradas, y escoger uno de ellos en función<br />
de unos criterios (generalmente financieros)<br />
no responde a la épica orwelliana del<br />
poder sino a la enfermedad gerencialista<br />
que invade la cultura política y que, paradójicamente,<br />
tantos errores de gestión comete.<br />
La consagración del mercado como<br />
único mecanismo de solución de los problemas<br />
deriva en esa enfermedad gerencialista<br />
que se aplica a todo y por todos y que<br />
ha empobrecido la política de manera preocupante.<br />
Los defensores de ese gerencialismo<br />
se escudan en posiciones antinostálgicas<br />
y antiintelectuales (desconocidas en<br />
Europa e inusuales en América desde los<br />
años del macarthysmo) y se proclaman<br />
pertenecientes a la posmodernidad. En<br />
buena parte de los casos, no pasan de ser<br />
posiciones de interés. José Manuel Naredo<br />
observa en la situación un regreso al<br />
“hombre unidimensional” de Marcuse 29 .<br />
La economía de los Estados –y no digamos<br />
la de las empresas– se despolitiza por<br />
completo. La propia política se relega a un<br />
espacio secundario, desprestigiado.<br />
Lo más curioso en el “pensamiento<br />
único” es la exhibición impúdica de un<br />
pretexto liberal para aplicar un método<br />
antiliberal, con resultado difícilmente liberador.<br />
En realidad, el contenido y el método<br />
de los grupos de trabajo que han desa-<br />
28 Joaquín Estefanía, La nueva economía: la<br />
globalización, Debate, Madrid, 1996. Contra el<br />
pensamiento único, Taurus, Madrid, 1998. Sobre el<br />
síndrome TINA, ver los artículos de Enrique de<br />
Mulder en el diario Expansión, 18-9-1997.<br />
29 José Manuel Naredo, “Sobre el ‘pensamiento<br />
único’”, en Archipiélago. Cuadernos de Crítica<br />
de la Cultura, 29, Castelldefels (Barcelona), verano,<br />
1997.<br />
28 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85