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JAVIER TUSELL - Prisa Revistas

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EL CENTRISMO DEL PP<br />

que de una fuerza política concreta. Es<br />

cierto, sin embargo, que en ocasiones ha<br />

existido una fuerza política de centro-derecha<br />

capaz de darse cuenta que lo más<br />

conservador, a veces, es avanzar y no retroceder,<br />

reformar y no encastillarse en<br />

posiciones defensivas. Para ella vale la frase<br />

lampedusiana de que las cosas han de<br />

cambiar mucho para que sigan igual, entendiéndola<br />

en un sentido que excluye el<br />

cinismo. También merece ser recordada la<br />

frase de Cambó de acuerdo con la cual en<br />

España habría dos formas de ser anarquista:<br />

pedir lo imposible y retrasar lo inevitable.<br />

En esto último consistió la transición<br />

española a la democracia y, como tal, no<br />

fue obra de la derecha. Lo que la derecha<br />

en aquellos momentos deseaba era un<br />

cambio parcial que no hubiera dado lugar<br />

a una situación democrática sino una reedición<br />

de la apertura o de la liberalización,<br />

ambas cosas bastante distintas de la<br />

democracia. Gran parte de la derecha<br />

pensaba en una transformación tan sólo<br />

cosmética; y un sector importante no<br />

quería ningún cambio en absoluto.<br />

El Centro contribuyó de forma decisiva<br />

a hacerlo posible. Supo hacer eso que<br />

es tan difícil en un grupo político: tener<br />

en cuenta las razones del otro. Absorbió<br />

conflictos más que contribuir a multiplicarlos.<br />

Permitió, aun a trancas y barrancas,<br />

que el Estado y la Administración pudieran<br />

ser lugares de encuentro y no instrumentos<br />

para perseguir al adversario.<br />

Supo –a pesar de que en el Centro había<br />

quienes procedían de un partido único–<br />

distinguir entre interés de partido y bien<br />

colectivo. Practicó una política que siempre<br />

fue consciente no sólo de la alteridad<br />

–es decir, de que existían los demás–, sino<br />

también de la alternativa, es decir, que éstos<br />

acabarían sustituyendo a quienes ejercían<br />

el poder. Lo principal del centrismo<br />

fue un talante resumible en estas actitudes,<br />

más que un programa cerrado.<br />

Hubo también un cierto sustrato ideológico,<br />

más estable y sólido de lo que en<br />

aquella época se solía admitir. Nada más<br />

difícil que reducir a unas cuantas frases las<br />

divergencias internas en la fase final de los<br />

Gobiernos de UCD. En materias como regulación<br />

de televisiones privadas, divorcio<br />

o Universidad pública nada puede justificar,<br />

con una mínima perspectiva histórica,<br />

verdaderas disidencias intrapartidistas. Ese<br />

sustrato compartido fue el terreno común<br />

de los partidos democristianos, socialdemócratas<br />

y liberales en la etapa posterior a<br />

la Segunda Guerra Mundial. Permitía una<br />

oscilación entre sectores diversos, matices<br />

en muchas cuestiones y se basaba en com-<br />

patibilidades fructíferas entre principios<br />

complementarios. La economía de mercado,<br />

por tanto, había que calificarla como<br />

“social” y la unidad de España podía vertebrarse<br />

con voluntad respetuosa hacia su<br />

pluralidad. Basta con recordar, no ya lo<br />

que era la derecha de entonces, sino hasta<br />

qué punto el partido socialista –en especial<br />

hasta 1979– permanecía en una actitud<br />

radicalizada, en comparación con sus homólogos<br />

europeos, para justificar un protagonismo<br />

decisivo en la transición al centrismo.<br />

¿Qué acabó, entonces, con el Centro<br />

político en la política española haciéndolo<br />

quebrar como partido? Un primer factor<br />

que no se puede olvidar reside en la ofensiva<br />

a la que le sometió la derecha. Fue<br />

protagonista de ella, por supuesto, la<br />

Alianza Popular (AP) encabezada por Manuel<br />

Fraga, pero estuvo en la primera fila<br />

de esa ofensiva, incluso con más aguda<br />

beligerancia, la derecha social. El primer<br />

ataque entraba dentro de lo razonable,<br />

porque la lucha entre partidos debe darse<br />

por descontada. Por su parte el Centro<br />

mantuvo una política un tanto desnortada<br />

con respecto a la Derecha y, al final, eligió<br />

la peor fórmula imaginable: dar la sensación<br />

de cesión y acabar por enfrentarse a<br />

ella. Los resultados quedaron a la vista en<br />

octubre de 1982.<br />

Pero lo más grave residió en la ofensiva<br />

contra UCD de la derecha social, que<br />

fue mucho más incapaz de entender la situación<br />

política y resultó suicida a medio<br />

plazo. La visión que los responsables de la<br />

patronal española exhibieron en aquellos<br />

meses de 1981 y 1982 demuestra una ceguera,<br />

falta de sentido de la realidad e imposibilidad<br />

de pensar en el mañana realmente<br />

inconcebibles. Partiendo de la idea<br />

de la perversión de la política económica<br />

del Gobierno, como si no existiera una<br />

crisis mundial, los dirigentes de la patronal<br />

la calificaron de socialdemócrata y, en<br />

la exacta antítesis de lo que debía hacer<br />

una organización como la suya, se lanzaron<br />

a una propaganda antigubernamental<br />

que hubiera sido imprudente incluso si<br />

Trotski hubiera estado en el poder (y, en<br />

realidad, estaba allí un Calvo Sotelo).<br />

Aquello no parecía una organización profesional<br />

sino un partido, guiado por las<br />

más inexpertas manos. Recuerdo una<br />

anécdota que me parece significativa. En<br />

una reunión en que tomaban parte empresarios<br />

e intelectuales los asistentes observamos<br />

con perplejidad cómo el presidente<br />

de la Patronal, Ferrer Salat, se indignaba<br />

con el filósofo Julián Marías. La<br />

razón no tardó en descubrirse: había éste<br />

último hablado en términos laudatorios<br />

de Francisco Suárez, el filósofo y teólogo<br />

español del Siglo de Oro, y el máximo representante<br />

de los patronos españoles dio<br />

en pensar que ese apellido sólo podía corresponder<br />

a un –para él– detestable político<br />

español. Resulta peregrino que este<br />

tipo de gente se creyera capaz de adoctrinar<br />

a un Gobierno sobre el rumbo que<br />

debía seguir. Lo deterioraron gravemente<br />

y se pusieron a tiro para que un Gobierno<br />

de signo distinto, situado mucho más a la<br />

izquierda, pudiera hacer una política radical<br />

en materias económicas como la que<br />

prometió el PSOE en octubre de 1982 y,<br />

por fortuna para todos, no llevó a cabo<br />

luego. Todo esto debiera hacer recordar el<br />

abuso que representa esa tendencia de la<br />

derecha española a asimilar centro y derecha<br />

como si fueran una misma cosa,<br />

con guión entre los dos términos o incluso<br />

sin él.<br />

Pero tampoco se deben olvidar las<br />

propias culpabilidades a la hora de explicar<br />

la desaparición de UCD. Cabe preguntarse<br />

cuáles fueron las razones verdaderas,<br />

nacidas en la responsabilidad<br />

propia, por las que el proyecto de Centro<br />

naufragó. Y antes que nada es preciso empezar<br />

por aludir a las causas ficticias que<br />

en este caso han obtenido un éxito excepcional<br />

porque parecen diluir las responsabilidades<br />

o atribuirlas a razones demasiado<br />

fatales como para poder ser combatidas.<br />

Quien más duró al frente de una<br />

opción centrista, Suárez, suele hacer un<br />

vago e impreciso reproche a sus compañeros<br />

de aventura (que, en ocasiones más íntimas,<br />

convierte en dura condena); pero<br />

éstos acostumbran a decir que el Centro<br />

se esfumó por haber cumplido el propósito<br />

que le hizo nacer, es decir, por haber timoneado<br />

muy bien la transición hasta su<br />

final. Uno de los ex ministros centristas<br />

enuncia esta tesis de un modo muy expresivo:<br />

el Centro se disolvió simplemente<br />

como lo hace una compañía mercantil<br />

por el cumplimiento de su objeto social.<br />

La ventaja para quienes hacen esta interpretación<br />

es que se libran de toda responsabilidad<br />

y pueden seguir el rumbo que<br />

les resulte más conveniente, al mismo<br />

tiempo que disfrutan de las rentas de haber<br />

protagonizado una etapa histórica.<br />

Pero esa interpretación no se corresponde<br />

a la realidad. En ningún sitio estaba<br />

escrito que el Centro tuviera que desaparecer.<br />

Otros partidos que hicieron operaciones<br />

políticas semejantes no sólo<br />

perduraron sino que todavía existen en la<br />

actualidad. La democracia cristiana alemana,<br />

por ejemplo, ha sido capaz de lle-<br />

4 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85

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