JAVIER TUSELL - Prisa Revistas
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TOCQUEVILLE INÉDITO<br />
por la justicia se hace<br />
más ilustrado, el interés<br />
general se comprende<br />
mejor, pero todos estos<br />
sentimientos pierden<br />
en fuerza lo que ganan<br />
en perfección, satisfacen<br />
más el espíritu y actúan<br />
menos sobre la vida.<br />
El cuadro de la evolución histórica<br />
no es, pues, algo que haya<br />
de considerarse obligadamente<br />
compuesto por individuos particulares<br />
y separados, sino el despliegue<br />
de una sustancia que<br />
permanece igual a sí misma en la<br />
heterogeneidad de sus encarnaciones.<br />
Una sustancia capaz de<br />
mantenerse intacta bajo las apariencias<br />
nuevas y mostrarse, sin<br />
embargo, necesariamente teñida<br />
de matices variables. Dichos matices<br />
se diversifican en función<br />
del tiempo, de las condiciones<br />
de la vida, del modo o aspecto<br />
de ella que en cada porción de la<br />
historia alienta. La conciencia se<br />
hace “amable, sociable, sus pasiones<br />
se calman…”; todo indica<br />
la existencia de una transformación,<br />
no de una creación ex novo<br />
y sustantivamente inconexa con<br />
la forma anterior. La conciencia<br />
se adapta y muda, variando la<br />
intensidad y la combinación de<br />
sus aspectos, no se re-crea de la<br />
nada a cada instante, carente de<br />
vínculo con su predecesora o<br />
unida a ella únicamente por la<br />
memoria que el registro de la<br />
historiografía alimenta. Se trata<br />
de una ampliación de lo ya existente,<br />
de algo que se rebasa sin<br />
desaparecer, conservándose a pesar<br />
de haber perdido actualidad.<br />
La historia es, pues, una remodelación<br />
que la circunstancia imprime<br />
sobre la conciencia, remodelación<br />
especialísima tras la<br />
cual, manteniendo aquélla su naturaleza<br />
intacta, habilita no obstante<br />
vías que la expresan de otro<br />
modo.<br />
Con Tocqueville asistimos,<br />
ayudados además por su pasmosa<br />
sencillez expositiva, al desarrollo<br />
de la sustancia humana.<br />
Un desarrollo que es un desenvolvimiento,<br />
pero que sería ingenuo<br />
considerar lineal o sujeto a<br />
progresión uniforme.<br />
Lo que he dicho es suficiente<br />
para haceros comprender<br />
que en mi opinión no<br />
puede decirse de un modo<br />
absoluto: el hombre mejora<br />
al civilizarse, sino más<br />
bien que el hombre al<br />
civilizarse adquiere al mismo<br />
tiempo virtudes y vicios<br />
que no tenía: se vuelve otro,<br />
he ahí lo más claro.<br />
Esto es muy cierto y debe subrayarse<br />
convenientemente. El<br />
hombre cambia, se vuelve otro,<br />
tal es el quid de la cuestión: siendo<br />
otro no deja por ello de ser<br />
hombre, de ahí su continuidad;<br />
siendo el mismo, aparece no obstante<br />
dotado de rasgos anteriormente<br />
ocultos, he ahí la causa<br />
que origina la multiplicidad de<br />
sus manifestaciones.<br />
Es aquí, no en su filosofía de<br />
la historia, donde hay que buscar<br />
el relativismo de Tocqueville.<br />
Aquello de lo que no puede predicarse<br />
un carácter absoluto no<br />
es la humanidad de una conciencia<br />
que es y vive en la historia;<br />
de lo que en efecto se predica un<br />
carácter relativo es de la supuesta<br />
mejoría o avance de la civilización.<br />
Esa ganancia presunta sí<br />
debe ponerse en entredicho; ella<br />
es la que no puede comprenderse<br />
como una curva matemática<br />
de ascenso exponencial. La sustancia<br />
humana, la conciencia cuyo<br />
contenido se expresa bajo la<br />
forma de una determinada subjetividad,<br />
no experimenta sus variaciones<br />
produciendo una mejora<br />
monolítica. Al igual que la<br />
roca expuesta a la intemperie, la<br />
médula de su ser posee distintas<br />
cualidades, de modo que el trabajo<br />
de los elementos resulta en<br />
una talla irregular que sigue a la<br />
par que revela la diversa resistencia<br />
de aquello sobre lo que han<br />
actuado. Por ello, y nada más<br />
que por ello, podemos elucidar<br />
no sólo un significado y un sentido<br />
para la historia, sino comprender<br />
por qué ésta no resulta<br />
previsible, por qué se halla sujeta<br />
a la regresión y avance que sus<br />
oscilaciones implican. Por tal<br />
motivo, y he aquí el segundo<br />
punto divergente respecto de la<br />
dialéctica de Hegel, no nos está<br />
permitido señalar una teleología<br />
invariable o glorificadora en un<br />
movimiento cuyas fuerzas tampoco<br />
nos pertenecen por entero.<br />
Es preciso conservar un margen<br />
de serenidad en nuestro análisis<br />
apasionado de la historia, pues<br />
si bien es cierto que nos involucra,<br />
también lo es que rehúsa todo<br />
intento de apropiación monopolística.<br />
A este respecto, ya lo he indicado<br />
en otras ocasiones, la dialéctica<br />
de Tocqueville es una dialéctica<br />
a un tiempo más realista y<br />
más trágica que la de Hegel, pues<br />
en su caso no hay final feliz garantizado.<br />
Hegel discurre según<br />
una dialéctica de tres velocidades:<br />
cada tesis tiene su antítesis y<br />
ambas alumbran invariablemente<br />
alguna síntesis. El proceso se<br />
repite hasta alcanzar su culminación<br />
en aquel punto que resume<br />
y concita todas las tensiones, que<br />
anula y expresa al mismo tiempo<br />
todo movimiento, pues se compone<br />
de éste, de su contrario y de<br />
su resolución. En el caso de Tocqueville,<br />
la dialéctica tiene únicamente<br />
dos velocidades, esto es,<br />
la tesis tiene su antítesis, pero no<br />
hay garantía de consumación 16 .<br />
La fuerza que se orienta según<br />
un determinado derrotero se enfrenta<br />
a otra que le ofrece resistencia.<br />
El resultado de esa fricción<br />
mutua es un devenir que<br />
hace variar el tipo, dirección y<br />
potencia de las fuerzas, pero que<br />
en modo alguno permite augurar<br />
la consecución necesaria de algún<br />
punto de equilibrio. La historia<br />
en Tocqueville es un movimiento<br />
bajo permanente amenaza<br />
de inestabilidad. No es una<br />
superposición inexorable, sino el<br />
difícil logro de voluntades encontradas.<br />
Como en la relación<br />
epistolar, nuestra determinación<br />
da continuidad al discurso, pero<br />
no basta para garantizarlo; es preciso<br />
contar con la voluntad del<br />
otro y con la cooperación de las<br />
circunstancias. Es por ello que<br />
Tocqueville nos interesa. Su concepto<br />
de la historia no es sólo<br />
16 Agradezco a Eduardo Nolla los<br />
comentarios que me han puesto sobre<br />
esta interesante pista.<br />
más moderno, sino que nos hace,<br />
al margen de lo imponderable,<br />
responsables directos de lo que suceda.<br />
Y ello, lejos de constituir<br />
una pesada carga, se revela como<br />
la condición misma para hacer<br />
efectiva nuestra propia libertad.<br />
Por eso, teniendo en cuenta<br />
que la historia es otra forma de<br />
nombrar a la política, que la primera<br />
no es propiamente más que<br />
la dilatación que adquiere la forma<br />
diacrónica de la segunda, y<br />
sabiendo que ninguna buena política<br />
es posible sin algún tipo de<br />
atención a la ética, recuperamos<br />
aquí la condición por la cual ésta<br />
se hace necesaria para la historia:<br />
es claro que si la responsabilidad<br />
de ésta última nos incumbe ha de<br />
ser porque tenemos sobre ella el<br />
ascendiente y la capacidad moral<br />
que nos obliga a darle una forma<br />
acorde con nuestra dignidad. n<br />
Tomás Fernández Aúz es licenciado<br />
en Filosofía y Ciencias de la Educación.<br />
74 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 85