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estuches, cuéntase, por contadores de cuenta, historia muy de contar. Y es<br />

ella que su excelencia hizo su entrada solemne en la capital del<br />

virreinato (llámese Lima o Méjico, peccata minuta) luciendo modesta capa,<br />

jubón y gregüescos de paño negro, sin guirindola de encajes, cruces,<br />

veneras, bordados ni relumbrones, y que miró muy por encima del hombro a<br />

los engreídos criollos, serranos de la costa y marisqueadores de la sierra<br />

que asistieron al besamanos de palacio.<br />

Fama traía el virrey de ser viejo de malas pulgas, socarrón y de<br />

arrequives, nada comadrero, y capaz el día en que amaneciera con la vena<br />

gruesa de ahorcar, a topanarices y por vía de desayuno, al más<br />

empingorotado, siquier fuese paraninfo de los cielos y campana gorda de la<br />

guapeza. Su excelencia, en vez de espada y daga toledana, ceñía al cinto<br />

un guadifeño de esos de virola y golpetillo, que era como repetir lo que<br />

dijo el virrey Blasco Núñez, cuando por su mano dio muerte al factor<br />

Suárez de Carvajal: «¡Ojo, que conmigo no hay tustús ni papelorios, sino<br />

puñalada —16limpia y tenteperro; que mal vinagre o buen jerez, para<br />

mí todo es igual».<br />

Al otro día del recibimiento oficial, apareció en una de las puertas de<br />

palacio un cartel con los siguientes versos, que literariamente juzgados<br />

no valen un pitoche o corachín negro, pero que en lo substanciosos eran<br />

para ocasionar un tabardillo pintado a gobernante de poca enjundia y menos<br />

cuajo:<br />

«Tu cara no es de excelencia<br />

ni tu traje de virrey:<br />

Dios ponga tiento en tus manos<br />

para que acates la ley».<br />

¡Por vida de Mendotirillas, padre de Mentirijillas, que el pasquín era<br />

insolente! Por aquellos tiempos (1555), en que la imprenta no era libre,<br />

ni esclava (pues tipos y prensa vinieron al Perú treinta años más tarde),<br />

era el pasquín la válvula de escape de ese infiernillo llamado opinión<br />

pública.<br />

El virrey, que no era hombre de dejarse ensalivar la oreja y que no se<br />

anclaba por caballete de tejado, dijo para su capisayo:<br />

-¡Orza, orca de buen grado, bergantín empavesado! ¡No que no! La habilidad<br />

del artillero está en poner el punto en su punto, y a mí no se me ha de<br />

helar la candela en la chimenea; que gato caminero embiste al mur en el<br />

agujero. Y pues búlleme el papo por devolver la burbujilla, vamos a ver si<br />

salgo con canto de perdiz desmachihembrada o con argumento que prometa<br />

acabar en punta, liso y raso, menudo y repicado.<br />

Y su excelencia sentose a la escribanía, calose gafas venecianas, y como<br />

Dios le dio a entender compuso esta espinela, que mandó colocar en otro<br />

cartelito debajo del primero:<br />

«¿Mi cara no es de excelencia

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