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descargar libro - Biblioteca Virtual Universal

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ajó a escape la escalera, canturreando estos dos refranes:<br />

II<br />

«Hijo, no comas lamprea,<br />

que tiene la boca fea.<br />

¡Ay! Madre, casar, casar,<br />

que el zarapico me quiere picar».<br />

No recuerdo en cuál de mis tradiciones he apuntado que hasta después de<br />

entrada la patria, era la plaza Mayor el sitio donde se hacía el mercado,<br />

y tanto que hasta el rastro, camal o matadero se hallaba situado a las<br />

inmediaciones, en terreno sobre cuya propiedad andan hoy niños<br />

zangolotinos en litigio con el Cabildo.<br />

Así el virrey conde de Castellar como sus sucesores, duque de la Palata,<br />

conde de la Monclova y marqués de Castelldosríus, designaron para el<br />

gremio de camaroneros y pescadores de bagres el espacio, en la calle que<br />

aún se conoce por la de la Pescadería, desde la reja de la cárcel de corte<br />

(hoy Intendencia) hasta la puerta de palacio, que dista sesenta varas de<br />

aquélla. Las indias, mujeres de los camaroneros, eran las encargadas de<br />

vender el artículo; pero de pronto las expendedoras de pescado, no<br />

obstante tener sitio señalado en la acera fronteriza al de las<br />

camaroneras, empezaron a invadir el terreno de éstas, surgiendo de aquí<br />

frecuentes peloteras y teniendo siempre que acudir gente de justicia para<br />

que el olivo de la paz diese fruto de aceitunas. Ambos bandos gastaban<br />

luego en papel sellado, con gran provecho de tinterillos y escribanos, y<br />

los virreyes, como hemos dicho, terminaban por decretar en favor de las<br />

camaroneras. Las provisiones que comprueban esta afirmación mía se<br />

encuentran en uno de los tomos de manuscritos de la <strong>Biblioteca</strong> Nacional.<br />

Aquella mañana, las camaroneras se habían congregado en la esquina del<br />

Arzobispo, acaudilladas por Veremunda, la más guapa mulatilla de Lima,<br />

según decir de los condesitos y currutacos de la época.<br />

Era Veremunda una mozuela de veinte años bien llevados, color de sal y<br />

pimienta, que no siempre ha de ser de azúcar y canela; ojos negros como el<br />

abismo y grandes como desventura de poeta romántico, de esos ojos que<br />

parecen frailes que predican muchas cosas malas y pocas buenas; boca entre<br />

turrón almendrado y confitado de cerezas; hoyito en la barba tan mono, que<br />

si fuera pilita, más de cuatro tomaran agua bendita; tabla —73de<br />

pecho toda esperanza, como en vísperas de boda; pie de relicario y<br />

pantorrillas de catedral. Al andar, unas veces titubeábanla las caderas,<br />

como entre merced y señoría, y otras se balanceaba como barco con juanetes<br />

y escandalosa en mar de leva. Vestía faldellín listado de angaripola de

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