descargar libro - Biblioteca Virtual Universal
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varapalo que también alcanzó a su tío el virrey, el que en un registro que<br />
original existe entre los manuscritos de la <strong>Biblioteca</strong> de Lima, figura<br />
como lector de <strong>libro</strong>s prohibidos.<br />
Por su parte el intendente tampoco tenía ociosa la pluma, y por cada<br />
correo de Valles (que así llamaban al que mensualmente llegaba a Lima<br />
trayendo la correspondencia de los pueblos del Norte), enviaba a la Real<br />
Audiencia y al virrey una resma de oficios, epístolas y memoriales contra<br />
el obispo. En uno de ellos acusaba su señoría al mitrado de desacato a la<br />
majestad del monarca, porque en el escudo de armas de la ciudad, colocado<br />
en el salón principal del seminario, había suprimido la corona real.<br />
El escudo de armas de Trujillo fue dado a la ciudad por Carlos V. Constaba<br />
de un solo cuartel, en el que, sobre fondo de azur, se alzaban dos<br />
columnas en plata sosteniendo una corona de oro. Dos bastos de gules sobre<br />
fondo de aguas, en sinople, y en el centro de ellos la letra K (inicial de<br />
Karolus V), formaban un aspa con las columnas. Este escudo, mantelado,<br />
estaba sobre el pecho de una águila, en sable.<br />
En la cuestión de los toros declaró la Real Audiencia que era indiferente<br />
lidiarlos en día festivo o de trabajo; y que por lo tanto, ni el<br />
intendente se había extralimitado ni el obispo faltado a su deber<br />
reclamando contra lo que, en conciencia, creía infractorio de<br />
prescripciones eclesiásticas. Dedada de miel a ambos poderes.<br />
En lo relativo a los picos pardos, dijo la Audiencia que el obispo hacía<br />
—93muy bien en querer que la oveja limpia no se confundiese con la<br />
oveja sarnosa; pero que también el intendente había estado en lo juicioso<br />
declarando que en España e Indias había caído en desuso la pragmática<br />
real, desde el advenimiento del cuarto Felipe al trono español. Otra<br />
dedada de miel.<br />
En lo del escudo resultó culpable de descuido o distracción el pintor, que<br />
la soga rompe siempre por lo más débil; honrado el obispo, porque comprobó<br />
haber reprendido oportunamente al pintamonas; y enaltecido el intendente,<br />
porque acreditó celo y amor a los fueros de la majestad real. Para<br />
repartir con sagacidad dedadas de miel, no tenía pareja la Audiencia de<br />
Lima.<br />
II<br />
Aunque, como se ha visto, la Real Audiencia cuidó mucho de no agraviar a<br />
ninguno de los contendientes, abriéndoles así campo para una<br />
reconciliación, no por eso cesaron ellos de estar a mátame la yegua, que<br />
de matarte he el potro.<br />
Vino el 1.º de enero de 1796, día en que el Cabildo debía proceder a la<br />
elección de alcalde de la ciudad, cargo altamente honorífico, y que se<br />
disputaban ese año entre un señor Mariadiegue y un señor Velezmoro, ambos<br />
hidalgos de sangre más azul que el añil de Costa Rica, y muy acaudalados<br />
vecinos de Trujillo. El intendente Gil patrocinaba la candidatura del<br />
primero, y el obispo se declaró favorecedor entusiasta del antagonista.