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heraldista admite como verdades evangélicas paparruchas de grueso calibre.<br />

Para solaz de los lectores voy a consignar la más gorda.<br />

Dice don Pedro que fue en domingo y día 25 de marzo cuando Dios principió<br />

a hacer el mundo, y sobre este punto no aguanta conversación,<br />

manifestándose resuelto a darse de cintarazos con cualquiera que osare<br />

contradecirlo. Apóyase en la autoridad de un par de Santos Padres falibles<br />

y de un Padre Santo infalible, y no entiendo en qué cálculos matemáticos<br />

sobre la letra dominical. Cuéntanos después que Adán (¡pícaro goloso!)<br />

sólo permaneció siete horas en el Paraíso, que vivió 930 años y que murió<br />

en día viernes 30 de marzo. Me parece que esto es estar bien informado, y<br />

el que tenga más exactas noticias que avise por correo.<br />

Capítulo especial consagra Ovando a probar que ni Abel ni Caín ni retoño<br />

alguno de Adán fueron caballeros hijodalgos, ni gozaron de las<br />

prerrogativas de la verdadera nobleza. En aquella edad (dice el autor) era<br />

Dios muy justiciero, frase que nos obliga a deducir que hogaño se ha<br />

acaramelado Su Divina Majestad un tantito con nosotros los pecadores, y<br />

nos da menos palo que el que repartía en los primitivos tiempos.<br />

Decididamente la humanidad está de enhorabuena en el siglo que vivimos. No<br />

todo ha de ser rigor y tratarlo a uno a la baqueta como al infeliz Adán.<br />

Concluye don Pedro estableciendo que sólo desde Nemrod ha habido nobleza,<br />

pues fue ese babilónico bandido el primer hombre que se invistió con el<br />

altísimo título de rey.<br />

—45<br />

Tengo para mí que éste sería uno de los capítulos que sulfuraron al<br />

inquisidor Gaitán hasta el punto de encontrar masa de hereje en el autor;<br />

y también sospecho que otro capítulo en que Ovando niega a ciertas<br />

familias el derecho de anteponer la partícula de al apellido, debió<br />

levantar gran polvareda en la sociedad limeña, tan dada a lo nobiliario<br />

entonces como ahora en nuestra edad democrática, en que tratándose de<br />

humillos aristocráticos no sólo hay crème sino crème de la crème.<br />

¡Valiente bodrio!<br />

El segundo <strong>libro</strong> de la Ovandina se contrae exclusivamente a enaltecer la<br />

nobleza de algunos apellidos, y principalmente los de Mexía y Ovando, que<br />

son los del autor, así como el de los Borja o Borgia, que era el del<br />

virrey príncipe de Esquilache. ¡Fuego de Dios y lo santificado que<br />

presenta al papa Alejandro VI, y lo aquilatada que resulta en castidad y<br />

demás virtudes la célebre Lucrecia Borgia!<br />

Algunas páginas dedica el heraldista a probar que los del apellido<br />

Mogollón procedieron de los Ovando y no los Ovando de los Mogollón, lo que<br />

nos hace presumir que entre ambas casas existía alguna quisquilla.<br />

Hubo familias a las que por un grifo, dragante, barra, armiño, losange,<br />

panela, vero, besante, escaque o roel de más o de menos ocasionó don Pedro<br />

Mexía de Ovando un dolorazo de cabeza, como sucedió con la de los Ron, de<br />

quienes dijo que tenían por armas una bocina de oro en campo de azur, y<br />

por orla el mote los de Ron comen a este son, de sable (negro) en campo de<br />

oro. ¡Calumnia de protervo! Los de Ron parece que siguieron en Lima<br />

proceso para probar que la leyenda de su escudo no era en sable, sino en<br />

gules (rojo) sobre campo de oro.<br />

Historietas graciosas como la de un obispo, pariente del autor, que fue<br />

resucitado por San Francisco, no escasean en la Ovandina. Vaya de muestra

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