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dejándose de excavar huacas en la región costanera.<br />

Como es natural, el buen Nuño Pérez perdía su latín, y dábase de cabezadas<br />

en su empeño por apreciar la civilización incásica, mediante el examen de<br />

los monumentos prodigiosos que a cada paso se le ofrecían en esos restos<br />

giganteos de moles de piedra, que parece fábula hubieran podido ser<br />

levantados por hombres a las alturas en que se encuentran.<br />

Cabezas simbólicas hechas de una sola pieza y con peso que representa el<br />

de muchos quintales, aparecen sobre cumbres de maravillosa altura. ¿Cómo<br />

pudieron los indios, no sólo labrar, sino levantar hasta elevación tanta<br />

moles tamañas? Los hombres no hemos logrado averiguarlo, y cuanto sobre<br />

tales prodigios se ha dicho, no pasa de conjeturas más o menos fundadas o<br />

juiciosas. Lo único que está fuera de duda y cuestión, y que la crítica<br />

exhibe como argumento en favor de la ya muy generalizada creencia del<br />

origen asiático de los pobladores de América, es que entre la estatuaria<br />

egipcia y la nuestra existen los mismos rasgos distintivos y peculiares<br />

que entre dos hijos de la misma madre. Sin ser completa la semejanza, hay<br />

en ellos un no sé qué, un quid divinum, algo que es como el cachet, la<br />

marca, el sello de familia. Nadie que contemple un huaco puede impedir que<br />

a su fantasía vengan recuerdos de las lecturas que sobre el Egipto y sus<br />

artes haya hecho.<br />

Sea de todo esto lo que fuere y poniendo punto a divagaciones que no son<br />

de oportunidad, diré que Nuño Pérez, a fuerza de dinero e industria logró<br />

transportar a Chuquiabo (La Paz) un enorme monolito o cabeza de piedra,<br />

que representaba un rostro de hombre con facciones asaz deformes. Los ojos<br />

saltones y los labios gruesos, siendo el inferior menos saliente que el<br />

superior, daban a la cabeza el aspecto feroz del hombre colérico, que en<br />

un acceso de rabia se muerde el belfo.<br />

—57<br />

Llegada la piedra a la ciudad, no quedó títere que no la viese y palpara,<br />

llegando a ser popular creencia que cabeza tan descomunal no podía ser<br />

obra de nacidos, sino del diablo en persona.<br />

II<br />

Por no sabemos qué quisquillas de buen gobierno, el excelentísimo señor<br />

don fray Francisco Gil Taboada, Lemos y Villamarín, caballero profeso de<br />

la sagrada religión de San Juan, teniente general de la real armada y<br />

virrey de estos reinos de Perú y Chile por Su Majestad don Carlos IV,<br />

envió a La Paz a don Adolfo Arias de Londoño, hijo del riñón de Vizcaya,<br />

con instrucciones para pesquisar la conducta administrativa del gobernador<br />

intendente don Manuel Ruiz y Alcalde. Entre sus instrucciones reservadas<br />

traía el pesquisador la de destituir a Alcedo y nombrar reemplazante en<br />

caso de resultar plenamente comprobado cierto punto de acusación.<br />

Don Francisco Antonio Escandón

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