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Holanda, medias color carne de doncella, zapatitos negros con lentejuelas<br />

de plata y camisolín de hilo flamenco con randas de la costa abajo,<br />

dejando adivinar por entre el descote un par de prominencias de caramelo<br />

coralino.<br />

Veremunda era la florista más favorecida entre las que sentaban sus reales<br />

en la vecindad del Sagrario, lugar bautizado con el nombre de Cabo de<br />

Hornos, porque todo galán que por ahí se arriesgaba a pasar, a buen librar<br />

salía con un cuarto de onza menos en el bolsillo, gastado en un ramo de<br />

flores o un pucherito de mixtura. Fuese por simpatías de vecindad, o<br />

porque las camaroneras se habían propiciado su apoyo con regalos de los<br />

mejores bagres y más suculentos camarones, lo cierto es que Veremunda era<br />

tenida y acatada por capitana del gremio. Es fama que el seriote don<br />

Gaspar Melchor de Carbajal y Quintanilla se hacía flecos por los encantos<br />

de la mixturera y andaba tras ella como mastín piltrofero, diciendo:<br />

III<br />

«No tienes tú la culpa,<br />

ni yo te culpo,<br />

de que Dios te haya hecho<br />

tan de mi gusto».<br />

El señor alguacil mayor, metiéndose en un grupo de pescadoras, las arengó<br />

de esta manera:<br />

-¡Arrebuja, arrebuja!, que aquí está quien desburbuja. Calma, muchacha,<br />

que la lima lima a la lima, y la pera no espera, mas la manzana espera. No<br />

os parezcáis a los perros de Zurita, que eran pocos y mal avenidos, y lo<br />

peor de todo pleito es que de uno nacen ciento, y el que levanta la<br />

liebre, siempre es para que otro medre. Quita tú allá, pájaro granero, que<br />

no entrarás en mi triguero.<br />

Y blandiendo la vara, dirigíase a algunas de las revoltosas:<br />

-Cállate tú, ovejita de Dios, antes que el diablo me despabile, y en la<br />

cárcel te trasquile. Silencio tú, gran zamarro, que al buen callar le<br />

llaman Sancho, y al bueno bueno, Sancho Martínez. Déjame pasar, arrapiezo,<br />

y no me vengas con tilín tilín, como el asno de San Antolín, que cada día<br />

era más ruin.<br />

—74<br />

Y penetrando en medio de las arremolinadas camaroneras, se expresó así:<br />

-¡Cuerpo, cuerpo! Que Dios dará paño. Déjense de daca el gallo toma el<br />

gallo, porque se quedarán con las plumas en la mano, y todo será como el<br />

desquite de Perentejo, que perdió un ducado y ganó un conejo, o resultar<br />

con el ajuar de la ventera, tres estacas y una estera. Hijas, el que

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