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aliviar la desventurada condición de los negros esclavos y de los indios<br />
mitayas o sujetos a las antiguas encomiendas, a quienes amos y<br />
encomenderos avarientos obligaban a trabajar con brutal exceso. Así se<br />
explica uno la abundancia de días festivos y de media fiesta, como<br />
llamaban a aquellos en los que sólo era forzoso trabajar hasta las doce de<br />
la mañana. Los españoles, que ponían orejas de mercader a las reales<br />
órdenes sobre la materia, se quedaban tamañitos ante la más ligera<br />
imposición —47de la autoridad eclesiástica. Resultó de aquí que de<br />
los trescientos sesenta y cinco días del año, la mitad fuesen de huelga,<br />
más o menos completa. A mi juicio, el edicto de su ilustrísima tanto era<br />
político como evangélico.<br />
Don Gonzalo de Ocampo<br />
cuarto arzobispo de Lima<br />
Sepan ustedes que sólo del contrato ajustado en julio de 1696 entre el<br />
Consejo de Indias y la compañía real de Guinea para la introducción en<br />
América de treinta mil negros, correspondieron al Perú doce mil esclavos,<br />
que se vendieron en el Callao desde 300 hasta 400 pesos ensayados cada<br />
uno. La sexta parte quedó en el servicio doméstico, y fue la menos<br />
desdichada; pero el resto pasó a las rudas faenas agrícolas, donde el<br />
látigo, esgrimido por feroz caporal, andaba a nalga qué quieres. Adivinar<br />
se deja que el edicto archiepiscopal fue acogido con entusiasta aplauso<br />
por siervos y servidores, y visto de mal ojo por la gente rica y<br />
acomodada; pero los barberos, cuya condición era excepcional, pusieron el<br />
grito en el quinto cielo.<br />
II<br />
A ciencia cierta, nadie sabe desde cuándo hubo barberos y navajas sobre la<br />
tierra. Los judíos, contemporáneos de Cristo, se afeitaban con una especie<br />
de piedra pómez, y los griegos y romanos se aplicaban a la barba un<br />
líquido corrosivo que con frecuencia les ocasionaba enfermedades de la<br />
piel. Sólo desde los tiempos de Nerón, tan hábil para inventar suplicios,<br />
empieza la historia a ocuparse de los barberos, dándoles renombre de<br />
charlatanes y murmuradores; y tanto que uno de ellos, que por primera vez<br />
iba a palacio, le preguntó al rey:<br />
-¿Cómo quiere vuestra majestad que le afeite?<br />
-Sin chistar palabra -contestó el monarca.<br />
La historia cuenta que los barberos se han entrometido algunas veces en la<br />
política, pero siempre con pícara estrella. A Pedro Labrosse, barbero de<br />
Felipe el Atrevido, y a Oliverio el Gamo, barbero de Luis XI, los afeitó<br />
en toda regla el verdugo; y si Bejarano, barbero del tirano Francia del<br />
Paraguay, no tuvo idéntico final, por lo menos le arrimaron doscientos<br />
—48zurriagazos en plena plaza de la Asunción. Escarmentados en<br />
aquellos tres ejemplos, los barberos de mi tierra no pasan, en política,