descargar libro - Biblioteca Virtual Universal
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la Virgen de Dolores.<br />
Tres días llevaba ya de prisión fray Casimiro, cuando uno de sus<br />
compañeros se aproximó a la rejilla del calabozo. El recluso le pidió que<br />
se empeñase con el guardián para que le ahorrase mortificación física;<br />
pues como castigo moral, suficientemente penado estaba con la vergüenza<br />
del encierro.<br />
-Que sufra ese fraile pícaro -fue la respuesta del inflexible superior.<br />
En esos tiempos, ni los Cabildos eclesiásticos hacían gala de blandura<br />
pura con el sacerdote pecador. La mano izquierda no borraba hoy lo que<br />
ayer firmara la derecha, ni se castigaba a un canónigo con privación de<br />
—79asistencia al coro y sin mermarle la renta, lo que en vez de<br />
castigo es premio, como dijo un poeta.<br />
Eso era disciplina, y no juego de chuchurumbelas, como hogaño se estila.<br />
Nos hemos vuelto tan de la manga ancha que decimos:<br />
Si en el sexto no hay perdón<br />
ni en el séptimo rebaja,<br />
bien puede la religión<br />
llenar el cielo de paja.<br />
Tres días más tarde otro fraile fue a consolar al preso, y éste le dijo:<br />
-Hágame su reverencia la caridad de decirle al padre guardián que si hoy<br />
no me saca del calabozo, ya mañana será tarde, y la conciencia le<br />
remorderá por su dureza.<br />
Don José Antonio de Ceballos<br />
duodécimo arzobispo de Lima<br />
Cumplió el comisionado; pero el guardián no dio el brazo a torcer y se<br />
mantuvo firme. Acostose, y no pudo conciliar el sueño. El recado de fray<br />
Casimiro le cascabeleaba en el espíritu.<br />
Apenas empezó a colorear el alba cuando puso su paternidad los huesos de<br />
punta, y seguido de dos o tres frailes que encontró en el claustro se<br />
encaminó a la mazmorra con la firme decisión de poner en libertad al<br />
prisionero.<br />
¡Horrible visu! El cuerpo de fray Casimiro, pendiente del cordón de su<br />
hábito, se balanceaba suspenso de una viga, que hasta ahora existe como<br />
tirante de pared a pared.<br />
Aquella noche el guardián, después que a las nueve y apurado el chocolate<br />
en el refectorio tocaron las campanas a silencio, encerrose en su celda y<br />
púsose a hojear el infolio de un bolandista o santo padre de la Iglesia.<br />
Cerró el <strong>libro</strong>, y al levantarse para ir a tomar la horizontal en su lecho,<br />
encontrose con que al otro lado de la mesa estaba de pie un fraile, con la<br />
capilla calada, los brazos cruzados sobre el pecho y las manos entre las<br />
mangas del santo hábito.<br />
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