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acaudalados, iba don Amador de Cabrera llevando el guión del Santísimo.<br />

Seguían doce monaguillos con pebeteros de filigrana, que despedían nubes<br />

de aromado incienso, y el palio parroquial, de brocatel de seda, con<br />

varillas de plata sostenidas por seis regidores del Cabildo.<br />

Tras el párroco y los eclesiásticos que lo acompañaban bajo el palio,<br />

llevando la Custodia de oro deslumbradora de pedrería preciosa, venían el<br />

alcalde don Juan de Palomino, de la orden de Montesa, y el corregidor don<br />

Hernán Guillén de Mendoza con el resto de cabildantes y empleados reales.<br />

—18<br />

El estandarte de la ciudad ostentaba un castillo de oro con un cordero y<br />

una bandera, y era conducido por el alférez real don Miguel de Astete,<br />

natural de Calahorra, el mismo que en Cajamarca derribó a Atahualpa de las<br />

andas de oro en que lo conducían sus vasallos y le arrancó la borla<br />

imperial. En 1535, Astete, a quien habían tocado en el repartimiento del<br />

rescate nueve mil pesos de oro y trescientos sesenta marcos de plata, se<br />

fue a España en el navío San Miguel, conductor de gran tesoro para la<br />

corona. Allí escribió una relación de la conquista que, según Jiménez de<br />

la Espada, se conserva inédita en uno de los archivos. Después de tres<br />

años de permanencia en su patria, volviose al Perú, y fue uno de los<br />

principales fundadores de Guamanga.<br />

Escoltaban la procesión cuarenta hidalgos, en lujoso atavío de alabarderos<br />

reales, capitaneados por don Francisco de Angulo, primer alcalde de minas,<br />

y por el veedor don Gonzalo de Reinoso.<br />

Detúvose la procesión frente a tres soberbios altares, cuya mesa era<br />

formada por barras de plata.<br />

La procesión, que pasaba por entre arcos cubiertos de flores y joyas, no<br />

habría sido más suntuosa ni en la capital del virreinato.<br />

En el arrabal o barrio de Carmencca, los naturales del país recibieron al<br />

Santísimo con loas, tarasca, gigantes y gigantilla, danza de pallas y<br />

diversos festejos.<br />

Los cohetes atronaban el espacio, y el contento de la muchedumbre era<br />

indescriptible.<br />

A las dos de la tarde una compañía de cinco comediantes, traídos ad hoc de<br />

Lima, representó un auto sacramental que fue ruidosamente aplaudido.<br />

Don Amador de Cabrera, que llevaba en una mano el guión parroquial y en la<br />

otra el sombrero con cintillo de oro esmaltado de brillantes, queriendo<br />

gozar a su sabor del auto, entregó el sombrero a su paje, que era un<br />

indiecito de diez años, hijo de uno de los caciques de Guancavilca.<br />

Pero ello fue que, en el barullo de Carmencca, valioso cintillo y elegante<br />

chapeo desaparecieron de manos del muchacho. También éste se hizo humo.<br />

II<br />

Apenas si Cabrera paró mientes en la pérdida, que no era su merced como<br />

don César Gallego, quien para socorrer en una necesidad a otro paisano<br />

suyo, sacó un gran talego rebosando de monedas, tomó un duro y —19lo

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