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—71<br />

La victoria de las camaroneras<br />

[I]<br />

Hombre que estaba muy lejos de tener los tres defectos del cuerno -duro,<br />

vacío y torcido-, y que por el contrario, tenía sus tres virtudes -firme,<br />

limpio y agudo-, era del todo al todo, allá por los tiempos del<br />

excelentísimo e ilustrísimo don Diego Ladrón de Guevara, obispo de Quito,<br />

virrey y gobernador del Perú, el señor don Gaspar Melchor de Carbajal y<br />

Quintanilla, procurador general de los naturales de estos reinos, alguacil<br />

mayor de rastros y mercados de la ciudad de los reyes y cuñado de leche de<br />

un oidor de la Real Audiencia, por cuanto era hermano de leche de la<br />

esposa de su señoría.<br />

Habitaba el tal unos cuartuchos en la baranda de Mundo, Demonio y Carne,<br />

que así llamaban nuestros abuelos a la que forma el ángulo de las calles<br />

del Arzobispo y Pescadería. Rodeado de procesos, infolios y papelotes, y<br />

dando de rato en rato un sorbo a la jícara de chocolate, hallábase en su<br />

escribanía cierta mañana del año de 1716, cuando se armó un belén de todos<br />

los diablos bajo sus balcones. El procurador, alzándose las gafas sobre la<br />

frente, empezó por asomar la nariz, receloso de que lloviesen pelotas de<br />

arcabuz; mas convencido de que todo no pasaba de bullanga populachera,<br />

cobró ánimo, levantó la celosía o rejilla, y sacando medio cuerpo fuera<br />

del antepecho gritó:<br />

-¡Ea, ea! Que la ciudad no es aldea, y cada renacuajo aténgase a su cuajo;<br />

que el mercado no ha de ser como costal de carbonero, sucio por fuera,<br />

sucio por dentro. Yo os digo, muchachas, lo que dijo el asno a las coles:<br />

pax vobis.<br />

Y don Gaspar Melchor, que era otro Sancho Panza en la condición refranesca<br />

y que no hablaba de corrido, sino hilvanando refranejos, interrumpió su<br />

discurso porque en este instante el rebullido calentaba, y tanto que un<br />

camotillo disparado con pretensiones de pedrada, vino a dar a su merced en<br />

plena calva.<br />

-¡Jesucristo! -exclamó nuestro hombre, tocándose el chichón y recogiendo<br />

del suelo el proyectil-. ¡Para mi santiguada, que si es de los de a cinco<br />

en libra me desequilibra! Bueno está el chiquitín para el puchero; que lo<br />

que no ha costado, bien llegado. Vamos a meter paz, como es de mi<br />

obligación, antes que me digan: Lucas, ¿por qué no encucas? Que todo no ha<br />

de ser cama de novios, blanda y sin hoyos, ni copo, condedura y cebada<br />

—72para la mula. Con razón dicen que cada mosca tiene su sombra, y que<br />

aquí como en Huacho, todo borrico es macho.<br />

Y tras calarse el chambergo, tomar la capa y coger la alguacilesca vara,

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