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dio al necesitado. Éste, que era un mozo de agudo ingenio, rechazó la<br />

dádiva, diciendo:<br />

«Probando está ese talego<br />

de tus nombres el contraste:<br />

como César empuñaste,<br />

y diste como gallego».<br />

Al día siguiente, almorzaba don Amador de Cabrera, en compañía de su<br />

esposa doña Inés de Villalobos, cuando se le presentó el cacique de<br />

Guancavilca, padre del pajecito que, temeroso de castigo, había ido a<br />

refugiarse en la casa paterna.<br />

-Perdona a mi hijo, viracocha, y sé bueno para con él -dijo el anciano.<br />

-¿Y en qué ha pecado el muchacho para solicitar gracia de mí? El pecador<br />

fui yo, que no debí confiar prenda de codicia a un niño.<br />

-Y yo, viracocha, vengo a pagarte...<br />

-No me ofendas, cacique -interrumpió Amador de Cabrera-, que ofensa es que<br />

me tengas por tacaño a quien afligen pérdidas de bienes. Cierto es que el<br />

cintillo vale seis mil ducados; pero doylo por bien perdido, ya que fue en<br />

la fiesta del Santísimo. No se hable más del asunto, y vuelva el chico a<br />

casa, que Inés y yo lo queremos como a hijo.<br />

Una lágrima de agradecimiento asomó a los ojos del cacique, y besando la<br />

mano de Cabrera, dijo:<br />

-Tu generosidad y nobleza me obligan a revelarte un secreto que te hará el<br />

hombre más rico del Perú. Manda ensillar tu caballo, y ven conmigo a<br />

Guancavilca.<br />

Dice el cronista Montesinos que don Amador de Cabrera, tomando entonces<br />

los dos cabos o extremos de una cinta, le contestó al viejo:<br />

-No tengo hermano, y tú, cacique, lo serás mío. Seremos tan iguales como<br />

los dos cabos de esta cinta.<br />

III<br />

Veinticuatro horas después don Amador de Cabrera era dueño de la famosa<br />

mina de azogue de Huancavelica, y realmente el hombre más rico del Perú,<br />

pues sólo la mina le daba, libre de menudencias, una renta de 250 pesos<br />

diarios.<br />

IV

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