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(Ripley 01) El talento de Mr. Ripley (a pleno Sol)(c.1)

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frecuencia les pedía un poco <strong>de</strong> hielo. De repente, Tom comprendió por qué odiaba tanto al refrigerador; porque era el culpable <strong>de</strong> que Dickie no se moviese; porque<br />

había echado por la borda sus esperanzas <strong>de</strong> hacer un crucero hasta Grecia cuando llegase el invierno; y eso no era todo, sino que, a<strong>de</strong>más, era probable que Dickie<br />

nunca se mudase a vivir a Roma o a París, como había comentado con Tom durante las primeras semanas <strong>de</strong> su estancia allí. Pero no iba a ser así, no con un<br />

refrigerador en casa que tenía el honor <strong>de</strong> ser uno <strong>de</strong> los tres o cuatro que había en el pueblo, un refrigerador con seis cubetas para hielo y con tantas estanterías en la<br />

puerta que, cada vez que alguien la abría, parecía un supermercado ambulante.<br />

Tom se preparó una copa sin hielo. Le temblaban las manos.<br />

Sin ir más lejos, el día anterior Dickie le había dicho:<br />

—¿Piensas irte a casa para las Navida<strong>de</strong>s?<br />

Se lo había preguntado como sin darle importancia, en mitad <strong>de</strong> la conversación, pero lo cierto era que Dickie sabía perfectamente que no pensaba irse a casa<br />

para las Navida<strong>de</strong>s. Es más, Tom no tenía casa, y eso Dickie lo sabía muy bien. Tom le había hablado <strong>de</strong> la tía Dottie, la <strong>de</strong> Bastan. En realidad, Dickie le había<br />

lanzado una indirecta, sin más. Marge tenía muchos planes para las fiestas navi<strong>de</strong>ñas. Guardaba una lata <strong>de</strong> pudding hecho en Inglaterra y pensaba encargar un pavo en<br />

el pueblo. Tom se la imaginaba vertiendo a raudales su empalagoso sentimentalismo. Casi podía ver la escena: el árbol navi<strong>de</strong>ño, probablemente recortado <strong>de</strong> un trozo<br />

<strong>de</strong> cartón, «Noche <strong>de</strong> Paz», golosinas, regalos para Dickie... Marge hacía calceta y a menudo se llevaba los calcetines <strong>de</strong> Dickie para remendárselos en casa. Y<br />

ambos, paulatinamente, sin per<strong>de</strong>r las buenas costumbres, le <strong>de</strong>jarían en la calle. Todas las palabras amables que le dijesen serían a costa <strong>de</strong> un penoso esfuerzo. Tom<br />

no podía soportarlo por más tiempo. Decidió que sí, se iría. Cualquier cosa antes que aguantar unas Navida<strong>de</strong>s en su compañía.

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