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(Ripley 01) El talento de Mr. Ripley (a pleno Sol)(c.1)

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<strong>de</strong>talle.<br />

—Se trata <strong>de</strong> un tal McCarron. Dicen que es muy bueno.<br />

Tom se dijo que probablemente no hablaría italiano.<br />

—¿Cuándo va a llegar?<br />

—Mañana o pasado mañana. Mañana estaré en Roma para recibirle, si es que llega.<br />

Míster Greenleaf ya había terminado su vitello alla parmigiana, aunque no había comido mucho.<br />

—¡Tom tiene una casa preciosa! —dijo Marge, atacando un voluminoso pastel <strong>de</strong> siete pisos.<br />

Tom transformó en una débil sonrisa la mirada asesina que le estaba dirigiendo. Supuso que las preguntas se harían en casa, probablemente cuando él y míster<br />

Greenleaf estuviesen solos. Sabía que míster Greenleaf quería hablar a solas con él, así que encargó el café en el mismo restaurante, antes <strong>de</strong> que Marge propusiera<br />

tomarlo en casa. A ella le gustaba como lo hacía la cafetera <strong>de</strong> filtro que Tom tenía. Aun así, al llegar a casa, Marge estuvo con ellos en la sala <strong>de</strong> estar durante una<br />

media hora. Tom <strong>de</strong>cidió que la muchacha era incapaz <strong>de</strong> darse cuenta <strong>de</strong> nada y finalmente, mirándola con fingido enfado, le indicó la escalera con los ojos. La<br />

muchacha captó la indirecta, se llevó la mano a la boca y dijo que iba a echar una siestecita. Como <strong>de</strong> costumbre, resultaba imposible vencer su buen humor. A <strong>de</strong>cir<br />

verdad, durante el almuerzo se había referido a Dickie como si estuviese segura <strong>de</strong> que vivía, diciéndole a míster Greenleaf que no se preocupase, que eso no era<br />

bueno para la digestión. Daba la impresión <strong>de</strong> no haber perdido aún la esperanza <strong>de</strong> llegar a ser su nuera algún día.<br />

Míster Greenleaf se puso en pie y empezó a recorrer la estancia con las manos en los bolsillos <strong>de</strong> la americana, con el aire <strong>de</strong> un ejecutivo dispuesto a dictarle una<br />

carta a su secretaria. Tom advirtió que no hacía ningún comentario sobre la suntuosidad <strong>de</strong> la casa y que, <strong>de</strong> hecho, ni siquiera parecía interesarle.<br />

—Bueno, Tom —empezó a <strong>de</strong>cir, soltando un suspiro—, es una extraña forma <strong>de</strong> terminar, ¿verdad?<br />

—¿De terminar?<br />

—Quiero <strong>de</strong>cir que ahora usted vive en Europa, mientras que Richard...<br />

—Ninguno <strong>de</strong> nosotros ha insinuado que haya vuelto a los Estados Unidos —dijo Tom con voz agradable.<br />

—Eso sería imposible. Las autorida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> inmigración lo hubiesen sabido.<br />

Míster Greenleaf siguió su paseo, sin mirar a Tom.<br />

—Sinceramente, ¿dón<strong>de</strong> cree que pue<strong>de</strong> estar?<br />

—Verá, míster Greenleaf, podría estar escondido en Italia... eso es muy fácil si no se aloja en un hotel don<strong>de</strong> sea obligatorio firmar el libro <strong>de</strong> registro.<br />

—¿Es que aquí hay hoteles don<strong>de</strong> eso sea posible?<br />

—No, es <strong>de</strong>cir, oficialmente no los hay. Pero cualquiera que hable italiano tan bien como lo hace Dickie podría hacerlo sin <strong>de</strong>masiadas dificulta<strong>de</strong>s. Para serle<br />

franco, si Dickie sobornó al propietario <strong>de</strong> alguna fonda <strong>de</strong> poca importancia, en el sur <strong>de</strong>l país, pongamos por caso, podría muy bien seguir allí sin que le <strong>de</strong>nunciasen,<br />

aunque el fondista supiera que se trataba <strong>de</strong> Richard Greenleaf.<br />

—¿Y es esto lo que, a su juicio, pue<strong>de</strong> que esté haciendo ahora?<br />

Míster Greenleaf le miró <strong>de</strong> repente y Tom vio la misma expresión <strong>de</strong> tristeza que había observado en Nueva York, al verle por primera vez.<br />

—No..., bueno, es posible. Es lo único que puedo <strong>de</strong>cir.<br />

Hizo una pausa.<br />

—Siento tener que <strong>de</strong>cirle esto, míster Greenleaf, pero creo que hay una posibilidad <strong>de</strong> que Dickie esté muerto.<br />

<strong>El</strong> rostro <strong>de</strong> míster Greenleaf no se inmutó.<br />

—¿A causa <strong>de</strong> aquella <strong>de</strong>presión <strong>de</strong> que me hablaba en su carta? ¿Qué fue exactamente lo que él le dijo?<br />

Tom arrugó la frente.<br />

—Nada. Fue por su estado general <strong>de</strong> ánimo. Resultaba fácil ver lo mucho que le había afectado el asunto Miles. Dickie es un muchacho que <strong>de</strong>testa todo tipo <strong>de</strong><br />

publicidad, toda violencia, los <strong>de</strong>testa con toda su alma.<br />

Tom se pasó la lengua por los labios. La agonía que estaba pasando al tratar <strong>de</strong> expresarse era sincera.<br />

—Algo sí me dijo: que si sucedía alguna cosa más, se volaría la tapa <strong>de</strong> los sesos... o haría alguna barbaridad semejante. A<strong>de</strong>más, por primera vez me pareció<br />

que había perdido su interés por la pintura, su pintura. Tal vez fuese algo transitorio, pero hasta entonces había creído que, pasase lo que pasase, a Dickie siempre le<br />

quedaría el refugio <strong>de</strong> sus cuadros.<br />

—¿Tan en serio se toma la pintura?<br />

—Sí, en efecto —dijo Tom con firmeza.<br />

Míster Greenleaf volvió a levantar los ojos hacia el techo, con las manos en la espalda.<br />

—Lástima que no podamos localizar al tal Di Massimo. Quizá podría <strong>de</strong>cirnos algo. Tengo entendido que él y Richard pensaban irse juntos a Sicilia.<br />

—No lo sabía —dijo Tom, pensando que míster Greenleaf se habría enterado a través <strong>de</strong> Marge.<br />

—Di Massimo se ha esfumado también, eso si es que alguna vez ha existido. Me inclino a pensar que Richard se lo inventó para convencerme <strong>de</strong> que estaba<br />

pintando. La policía no encuentra a ningún pintor llamado Di Massimo en sus... listas <strong>de</strong> i<strong>de</strong>ntidad o como se llamen.<br />

—Nunca llegué a conocerle personalmente —dijo Tom—. Dickie citó su nombre un par <strong>de</strong> veces y yo nunca puse en duda su i<strong>de</strong>ntidad... o la realidad <strong>de</strong> su<br />

existencia.<br />

Tom se rió brevemente.<br />

—¿Qué fue eso que dijo antes acerca <strong>de</strong> «si le sucedía alguna cosa más»? ¿Qué más le sucedió?<br />

—Bueno, no lo supe entonces, en Roma, pero creo que ahora sé a qué se refería. Le habían interrogado sobre la embarcación hundida cerca <strong>de</strong> San Remo. ¿No<br />

le hablaron <strong>de</strong> eso?<br />

—No.<br />

—Encontraron una lancha cerca <strong>de</strong> San Remo. La habían hundido adre<strong>de</strong>. Al parecer, esa embarcación fue echada <strong>de</strong> menos el mismo día en que él y yo<br />

estuvimos en San Remo y dimos un paseo en una lancha parecida. Son esas motoras <strong>de</strong> poco calado que alquilan a los turistas. Bueno, sea como sea, la habían echado<br />

a pique y encontraron unas manchas que creyeron <strong>de</strong> sangre. Dio la casualidad <strong>de</strong> que el hallazgo tuviera lugar poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l asesinato <strong>de</strong> Miles y que no pudieran<br />

encontrarme a mí por aquellas fechas. Esto fue <strong>de</strong>bido a que yo me hallaba viajando por el país, así que preguntaron a Dickie dón<strong>de</strong> estaba yo. ¡Sospecho que <strong>de</strong><br />

momento Dickie creyó que le consi<strong>de</strong>raban posible culpable <strong>de</strong> mi asesinato!<br />

Tom se rió.<br />

—¡Cielo santo!<br />

—Eso lo sé porque hace unas pocas semanas me interrogó un inspector <strong>de</strong> policía aquí, en Venecia. Según me dijo, antes le había hecho a Dickie algunas<br />

preguntas sobre eso. Lo raro es que yo no tenía ni i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que me andaban buscando... no con gran ahínco, pero buscándome al fin y al cabo... hasta que vi la noticia<br />

en el periódico, ya en Venecia. Entonces me presenté en la comisaría.

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