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(Ripley 01) El talento de Mr. Ripley (a pleno Sol)(c.1)

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<strong>de</strong> Notre-Dame. Había tal gentío, que resultaba imposible entrar en la catedral, aunque los amplificadores se encargaban <strong>de</strong> que la música llegase a todos los rincones<br />

<strong>de</strong> la plaza. Hubo villancicos franceses cuyo título le era <strong>de</strong>sconocido; luego «Noche <strong>de</strong> paz», sencillo y solemne a la vez, seguido <strong>de</strong> otro muy bullanguero, cantado en<br />

francés. Unas voces masculinas entonaron una salmodia, y Tom observó que cerca <strong>de</strong> él los hombres se quitaban el sombrero. Se quitó el suyo también. Se quedó en<br />

posición <strong>de</strong> firmes, con el rostro serio, dispuesto a sonreír si alguien le dirigía la palabra. Su estado <strong>de</strong> ánimo era el mismo que había experimentado en el buque, sólo<br />

que ahora era más intenso: lleno <strong>de</strong> buena voluntad, caballeroso, sin nada en el pasado que pudiese manchar su carácter. Era Dickie, el bueno e ingenuo Dickie, con su<br />

sonrisa para todo el mundo y mil francos listos para pasar a manos <strong>de</strong> quien se los pidiese. De hecho, un viejo le pidió dinero cuando se alejaba <strong>de</strong> la catedral, y Tom le<br />

dio un billete <strong>de</strong> mil francos, azul y crujiente. <strong>El</strong> rostro <strong>de</strong>l viejo se iluminó con una amplia sonrisa, al mismo tiempo que su mano se tocaba el sombrero a guisa <strong>de</strong><br />

saludo.<br />

Tom tenía un poco <strong>de</strong> hambre, aunque le hacía gracia acostarse sin cenar aquella noche. Decidió pasar una hora con el manual <strong>de</strong> conversación en italiano y<br />

acostarse <strong>de</strong>spués. Entonces recordó que había hecho el propósito <strong>de</strong> engordar un poco, ya que las ropas <strong>de</strong> Dickie le venían un poco holgadas y, a<strong>de</strong>más, Dickie<br />

tenía el rostro más grueso que él. Entonces entró en un bar y pidió un emparedado <strong>de</strong> jamón y un vaso <strong>de</strong> leche caliente al ver que su vecino <strong>de</strong> mostrador lo estaba<br />

tomando. La leche apenas tenía sabor, era algo puro y a la vez purificador, tal como Tom imaginaba que <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> ser una oblea al tomarla en la iglesia.<br />

Regresó sin prisas a Roma, haciendo escala en Lyon y también en A<strong>de</strong>s para admirar los lugares pintados por Van Gogh. Se las arregló para no per<strong>de</strong>r su alegre<br />

ecuanimidad pese a lo atroz <strong>de</strong>l tiempo. En A<strong>de</strong>s, la lluvia, impulsada por la violencia <strong>de</strong>l mistral, le caló hasta los huesos mientras trataba <strong>de</strong> dar con los mismísimos<br />

sitios don<strong>de</strong> Van Gogh había colocado su caballete. Llevaba consigo un bello libro con reproducciones <strong>de</strong> Van Gogh, comprado en París, pero no podía sacarlo bajo<br />

la lluvia, viéndose forzado a ir y venir <strong>de</strong>l hotel para cerciorarse <strong>de</strong>l punto <strong>de</strong> vista <strong>de</strong>l pintor. Hizo una visita a Marsella y la ciudad le pareció aburrida, a excepción <strong>de</strong><br />

la Cannebiere. Después prosiguió su viaje en tren, rumbo al este, <strong>de</strong>teniéndose en St. Tropez, Cannes, Niza, Montecarlo, los sitios sobre los que tanto había oído, y<br />

por los que sentía afinidad al verlos, aunque en invierno el cielo aparecía cubierto por grises nubarrones y no había ni rastro <strong>de</strong> gente bulliciosa por las calles, ni siquiera<br />

en Menton durante la Nochevieja. Tom hizo que su imaginación se encargase <strong>de</strong> poblar aquellos lugares con hombres y mujeres vestidos <strong>de</strong> etiqueta que <strong>de</strong>scendían la<br />

amplia escalinata <strong>de</strong>l Gran Casino <strong>de</strong> Montecarlo, <strong>de</strong> gentes ataviadas con alegres bañadores, como en una acuarela <strong>de</strong> Dufy, que paseaban bajo las palmeras <strong>de</strong>l<br />

paseo <strong>de</strong> los Ingleses, en Niza. Gentes... americanos, ingleses, franceses, alemanes, suecos, italianos. Amores, <strong>de</strong>sengaños, peleas, reconciliaciones, asesinatos. La<br />

Costa Azul le excitaba como ningún otro lugar <strong>de</strong>l mundo le había excitado al verlo. Y, <strong>de</strong> hecho, era tan exigua: una simple curva en la costa mediterránea cuajada <strong>de</strong><br />

nombres maravillosos, engarzados como cuentas en un collar... Toulon, Fréjus, St. Rafael, Cannes, Niza, Menton y, finalmente, San Remo.<br />

Encontró dos cartas <strong>de</strong> Marge al regresar al hotel el cuatro <strong>de</strong> enero. La muchacha <strong>de</strong>cía que pensaba irse a su casa el primero <strong>de</strong> marzo. No había terminado <strong>de</strong>l<br />

todo el primer borrador <strong>de</strong> su libro, pero iba a mandar las tres cuartas partes que tenía hechas, junto con todas las fotografías, al editor americano que estaba<br />

interesado por él. La carta <strong>de</strong>cía:<br />

¿Cuándo voy a verte? Detesto per<strong>de</strong>rme un verano en Europa <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> soportar otro invierno terrible, pero me parece que volveré a casa a<br />

primeros <strong>de</strong> marzo. Sí, siento nostalgia, <strong>de</strong> veras, ¡al cabo <strong>de</strong> tanto tiempo! Cariño, ¡sería tan maravilloso que pudiéramos regresar juntos en el mismo<br />

buque! ¿Hay alguna posibilidad? Me temo que no. ¿No piensas ir a los Estados Unidos, aunque sea para una breve visita, este invierno?<br />

Estaba pensando en mandar mi equipaje (¡Dos baúles, tres cajones llenos <strong>de</strong> libros, y varias cosas más!) en un buque <strong>de</strong> carga <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Nápoles, y<br />

pasar por Roma para, si estás <strong>de</strong> buen humor, hacer juntos un viaje por la costa y visitar Forte <strong>de</strong>i Marmi, Viareggio y los otros lugares que nos<br />

gustan... ¡una última visita! No estoy <strong>de</strong> humor para preocuparme por el tiempo, que sé que será horrible. No me atrevería a pedirte que me<br />

acompañases hasta Marsella, don<strong>de</strong> <strong>de</strong>bo embarcarme, pero ¿y a Génova? ¿Qué te parece?..<br />

<strong>El</strong> tono <strong>de</strong> la otra carta era más reservado y Tom sabía por qué: porque no le había mandado ni una postal en todo un mes. La carta <strong>de</strong>cía:<br />

He cambiado <strong>de</strong> parecer sobre lo <strong>de</strong> ir a la Riviera. Tal vez este tiempo tan húmedo me haya quitado las ganas, o tal vez haya sido el libro. Sea<br />

como fuere, me voy antes <strong>de</strong> lo que pensaba, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Nápoles: el 28 <strong>de</strong> febrero, en el Constitution. ¡Figúrate... estaré en América en el instante <strong>de</strong> pisar<br />

la cubierta! Comida americana, pasajeros americanos, dólares para pagar en el bar... Cariño, siento no po<strong>de</strong>r verte, ya que por tu silencio comprendo<br />

que todavía no quieres que nos veamos, así que no te preocupes más. Considérame fuera <strong>de</strong> tu vida.<br />

Claro que tengo la esperanza <strong>de</strong> volver a verte alguna vez, en los Estados Unidos o en alguna otra parte. En el caso <strong>de</strong> que se te ocurra venir a<br />

Mongibello antes <strong>de</strong>l 28, ya sabes dón<strong>de</strong> serás bien recibido. Tuya,<br />

Marge<br />

P.D. Ni siquiera estoy segura <strong>de</strong> que sigas en Roma.<br />

Tom la veía llorando mientras escribía la carta y sintió el impulso <strong>de</strong> escribirle una carta muy amable, diciéndole que acababa <strong>de</strong> regresar <strong>de</strong> Grecia y<br />

preguntándole si había recibido sus postales. Pero le pareció mejor, más seguro, <strong>de</strong>jada partir sin saber dón<strong>de</strong> estaba él.<br />

Lo único que le intranquilizaba, aunque no mucho, era la posibilidad <strong>de</strong> que Marge se presentase en Roma antes <strong>de</strong> que estuviera instalado en su apartamento. Si<br />

le buscaba en los hoteles lograría dar con él, pero nunca lo conseguiría si él ya estaba en un apartamento. Los americanos acomodados no tenían que comunicar sus<br />

lugares <strong>de</strong> resi<strong>de</strong>ncia a la policía, aunque, según lo estipulado en el permesso di soggiorno, era obligatorio informar a la policía <strong>de</strong> todos los cambios <strong>de</strong> resi<strong>de</strong>ncia.<br />

Tom había hablado con un americano resi<strong>de</strong>nte en Roma, y éste le había dicho que no le diese importancia, que a él nunca le habían molestado. Por si Marge se<br />

presentaba inesperadamente en Roma, Tom tenía muchas <strong>de</strong> sus propias prendas dispuestas en el ropero, aparte <strong>de</strong> que el único cambio que había efectuado en su<br />

físico era el <strong>de</strong>l color <strong>de</strong>l pelo, siempre atribuible a los efectos <strong>de</strong>l sol. No se sentía realmente preocupado. Al principio, se había divertido un poco retocándose las<br />

cejas con lápiz y aplicándose un poco <strong>de</strong> cosmético en la punta <strong>de</strong> la nariz, con el fin <strong>de</strong> que pareciese más larga y puntiaguda, como la <strong>de</strong> Dickie, pero lo <strong>de</strong>jó al darse<br />

cuenta <strong>de</strong> que con ello lo único que iba a lograr era llamar más la atención. Lo principal al hacerse pasar por otra persona era adoptar el temperamento y el carácter <strong>de</strong>l<br />

otro, asumiendo las expresiones faciales que correspondieran a esas cualida<strong>de</strong>s. Lo <strong>de</strong>más venía por sí solo.<br />

<strong>El</strong> día diez <strong>de</strong> enero escribió a Marge para comunicarle que acababa <strong>de</strong> llegar a Roma <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> pasar tres semanas en París a solas, pues Tom se había<br />

marchado <strong>de</strong> Roma un mes antes, al parecer con <strong>de</strong>stino a París y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí regresar a los Estados Unidos. No se habían visto en París ni había encontrado un<br />

apartamento en Roma aún, si bien seguía buscándolo y pensaba comunicarle la dirección tan pronto la conociera. Luego le agra<strong>de</strong>cería efusivamente el paquete que le<br />

había mandado por Navidad y en el que había un suéter blanco con rayas rojas, tejido por la propia Marge, así como un libro sobre la pintura <strong>de</strong>l Quattrocento y un<br />

estuche <strong>de</strong> piel para los utensilios <strong>de</strong> afeitar con sus iniciales en la tapa: H.R.G. <strong>El</strong> paquete no había llegado hasta el seis <strong>de</strong> enero, y precisamente por eso le escribía,<br />

para evitar que Marge creyese que no lo había ido a buscar, que imaginase que se había <strong>de</strong>svanecido en el aire y empezase a buscarle. Le preguntó si había recibido su<br />

paquete, enviado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> París. Probablemente lo recibiría con retraso, por lo cual pedía disculpas. Luego escribió:

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