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(Ripley 01) El talento de Mr. Ripley (a pleno Sol)(c.1)

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—¡Oh, caro mío, te hará bien un poco <strong>de</strong> té!<br />

Titi se puso en pie.<br />

—Giustina! Il tè, per piacere, subitissimo!<br />

Tom se <strong>de</strong>jó caer sobre el sofá, con gesto <strong>de</strong>sfallecido, sin apartar el periódico <strong>de</strong> sus ojos. Pensaba si también se <strong>de</strong>sharía el nudo que ataba el cadáver <strong>de</strong><br />

Dickie.<br />

—Ah, carissimo, eres tan pesimista —dijo Titi, dándole unos golpecitos en la rodilla—. ¡Es una buena noticia! ¿Y si todas las huellas son suyas? ¿No te<br />

alegrarías entonces? Supón que mañana, al pasar por alguna callejuela <strong>de</strong> Venecia, ¡te encuentras cara a cara con Dickie Greenleaf, alias signore Fanshaw!<br />

La con<strong>de</strong>sa <strong>de</strong>jó oír su risa aguda y agradable, en ella tan natural como el mismo respirar.<br />

—Aquí dice que en las maletas estaba todo... los útiles para afeitarse, el cepillo <strong>de</strong> dientes, los zapatos, el abrigo, el equipo completo —dijo Tom, ocultando su<br />

terror tras la fachada <strong>de</strong>l pesimismo—. No es posible que esté vivo y haya <strong>de</strong>jado todo eso.<br />

»Seguramente el asesino <strong>de</strong>snudó el cadáver y <strong>de</strong>positó allí sus ropas porque era la forma más fácil <strong>de</strong> librarse <strong>de</strong> ellas.<br />

Titi reflexionó brevemente, luego dijo:<br />

—¿Me harás el favor <strong>de</strong> no <strong>de</strong>sanimarte así hasta que sepas <strong>de</strong> quién son la huellas dactilares? Al fin y al cabo, mañana empren<strong>de</strong>s un viaje <strong>de</strong> placer, ¿no? Ecco<br />

il te!<br />

«Mañana no, pasado mañana», pensó Tom. «Roverini tendrá tiempo suficiente para cotejar mis huellas con las <strong>de</strong> los cuadros y maletas.»<br />

Tom procuró recordar si en los cuadros y en las maletas había superficies lisas en las que pudieran hallarse huellas dactilares. No había muchas, salvo en los útiles<br />

para el afeitado, pero encontrarían lo suficiente aquí y allá para lograr reconstruir diez huellas perfectas si se lo proponían. <strong>El</strong> único hecho que le permitía conservar<br />

cierto optimismo era que todavía no tenían sus huellas, y que quizá no se las tomasen porque aún no sospechaban <strong>de</strong> él.<br />

Pero quizá tenían ya las <strong>de</strong> Dickie, y, en caso contrario, lo primero que haría míster Greenleaf sería mandarlas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> América, para cerciorarse. Había muchos<br />

sitios don<strong>de</strong> Dickie habría <strong>de</strong>jado sus huellas: en algunas <strong>de</strong> sus cosas en América, en la casa <strong>de</strong> Mongibello...<br />

—¡Tomaso! ¡Tómate el té! —dijo Titi, volviéndole a apretar suavemente la rodilla.<br />

—Gracias.<br />

—Ya verás. Cuando menos esto es un paso hacia la verdad, hacia lo que pasó realmente. Bueno, ahora hablemos <strong>de</strong> otras cosas, ¡si vas a ponerte tan triste!<br />

¿Adón<strong>de</strong> irás <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Atenas?<br />

Tom procuró volver su atención hacia Grecia. A sus ojos, Grecia estaba recubierta <strong>de</strong> oro, el oro <strong>de</strong> las armaduras que llevaban los guerreros, y bañada por la luz<br />

<strong>de</strong>l sol, su famosa luz. Vio estatuas <strong>de</strong> piedra con rostros serenos y fuertes, como las mujeres <strong>de</strong>l porche <strong>de</strong>l Erecteón. No <strong>de</strong>seaba irse a Grecia <strong>de</strong>jando atrás, en<br />

Venecia, la amenaza <strong>de</strong> las huellas colgando sobre su cabeza. Le <strong>de</strong>gradaría, le haría sentirse tan rastrero como la más inmunda <strong>de</strong> las ratas que correteaban por las<br />

callejas <strong>de</strong> Atenas, más bajo que el más sucio <strong>de</strong> los mendigos que le abordasen en las calles <strong>de</strong> Salónica. Tom se ocultó el rostro con las manos y rompió a llorar.<br />

Grecia se había acabado, había explotado como un globo dorado.<br />

Titi le ro<strong>de</strong>ó con uno <strong>de</strong> sus brazos firmes y rollizos.<br />

—¡Tomaso! ¡Arriba esos ánimos! ¡Espera a tener un motivo para <strong>de</strong>sesperarte!<br />

—¡No comprendo cómo no te das cuenta <strong>de</strong> que esto es un mal síntoma! —dijo <strong>de</strong>sesperadamente Tom—. ¡De veras que no lo comprendo!

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